Los fundamentos del asco
En la medida en que cada vez más las opiniones que se emiten en público pasan principalmente por el filtro de las emociones y las lealtades predeterminadas, el asco ha ido instaurándose como una de las principales categorías de análisis político. Así, es bastante común encontrar que la indignación moral o el repudio ante determinado suceso o personaje sean rematados por una puntualización
específica del asco que produce. Dada la contundencia del término, que de inmediato remite incluso a la sensación física asociada, por lo general se presenta como algo evidente por sí mismo, que no suele requerir mayor explicación que la necesidad en sí de expresarlo. Por eso me sorprendió leer recientemente, en el libro Muerte y alteridad, del filósofo coreano-alemán ByungChul Han, que así como para Kant el juicio estético está principalmente referido a uno mismo (“El agrado estético por lo bello es la complacencia del sujeto consigo mismo con sus propias legalidades…”), lo asqueroso expresa una suerte de fealdad intolerable que proviene de una otredad tan radical que resulta imposible asimilarla: “Lo asqueroso se resiste a la estructura autoerótica del sujeto. Este es afectado por lo totalmente distinto de sí mismo. Esta afección heterónoma le priva de su sentimiento de libertad y de poder. Cuando la resistencia que el sujeto le ofrece no interviene, él vomita. Quiere liberarse de lo eterno amenazante por la vía más rápida. Lo asqueroso como lo completamente distinto hablaría un lenguaje de la muerte.”
Desde esta óptica, no resulta casual la actualidad política del asco, en primer lugar porque un rasgo esencial de la moralidad pública contemporánea es su carácter tautológico, fundamentado en el punto de vista de quien la expresa como axioma universal, cerrado, que a menudo se condensa en fórmulas del estilo de “Ya entiendan que…”, seguidas del juicio que se desea pronunciar. Por otro lado, si se retoma el carácter autoerótico al que hace referencia Kant, la compulsión a comunicar incesantemente lo ajeno abominable (incluso si a estas alturas parecería que el alcance político de hacerlo es más bien limitado) es también el recordatorio constante de que uno no se cuenta dentro de las diversas categorías susceptibles de inducir a la náusea a los miembros de los clanes a los que pertenecemos. De ahí que por más que casi siempre el objeto del asco amerite el repudio colectivo, la categoría cancela la posibilidad de toda discusión compleja o matizada, pues no solo estamos expresando un juicio sobre los otros, sino paralelamente, sobre nosotros mismos.
El asco ha ido instaurándose como una de las principales categorías de análisis político