Desechohabientes
Hay muchos problemas para surtir medicamentos en las instituciones de salud pública
Acostumbro escuchar un programa de noticias matutino; lo hago por lo regular en el auto estéreo mientras recorro largas distancias de mi casa al club privado donde me ejercito, en el trayecto a mi trabajo o en la carretera, como ahora que se extiende la aridez de esos paisajes.
Escucho en una sección bien documentada que hay muchos problemas para surtir de medicamentos en las instituciones de salud púbica. Que no hay insulina, que faltan anti retrovirales o que han escaseado los ansiolíticos, etcétera.
Hay veces que mejor sintonizo rock de los sesenta. Y es que para qué enterarse de tantas historias inhumanas. Las estadísticas son
alarmantes: cada cuántos minutos se roban un carro en la Ciudad de México o cuántos celulares desaparecen en sólo un momento.
Aquí se trata de un asunto que debería importarnos a todos porque se trata de la salud pública. Es decir: una gran mayoría de mexicanas y mexicanos que han visto que lo que los mantiene más o menos en pie ha desaparecido del cuadro básico.
Me concentro, porque conozco bien el tema, en todas aquellas personas que ahora se hallan enfrentando problemas asociados a los trastornos mentales. Por lo que a todos a quienes se les prescriben calmantes con el único fin de deshacerse del usuario (así se refieren al paciente los terapeutas sistémicos) y así “desresponsabilizarse” del asunto.
Cabe destacar que los ejemplos los podemos ver en todo el mundo.
Existen dos puntos entonces: violencia (asesinatos, robos, violaciones) y la falta de control en el tratamiento de los padecimientos mentales. Buen motivo para un cuento largo.
Veamos: si gusta el lector consulte el vademecum de su alcance: las benzodiacepinas (medicamentos que disminuyen la excitación neuronal y que tienen un efecto hipnótico y relajante) no se pueden suspender de la noche a la mañana. Y qué me dicen de los cocteles: mezcla o conjunto de compuestos químicos que actúan sobre el organismo y que a largo plazo crean resistencia y cuya suspensión propicia el conocido “efecto rebote”, una especie de síndrome de abstinencia. Asimismo, veo la desolada carretera y sigo escuchando que la suspensión de la benzodiacepina termina por manifestarse en irritabilidad, sudoración, ataxia, etcétera.
Aunado a lo anterior el problema no es nuevo.
Dice el testimonio de un mujer: “me siento como el personaje de ‘Requiem por un sueño’”.
Otro dice no somos derechohabientes somos desechohabientes.
Esto sólo lo saben quienes lo padecen. A otros nos duele y lo evadimos viendo los desérticos paisajes que cruzan veloces antes nuestros ojos.
Y alguien ha dicho que siempre hago ficción de mis columnas.