Mientras no haya justicia…
Osea, que en este país uno paga impuestos para que se los embolse por ahí algún politicastro tramposo. La obstinación del SAT para exigir cuentas a los contribuyentes, ¿no podría ser reproducida, imitada y multiplicada en los entes de la Administración encargados de fiscalizar las actuaciones de nuestros indecorosos funcionarios? Muy eficientes, muy severos y muy firmes
al cobrarnos tributos a los pagadores cautivos, ¿verdad? Pero ¿qué tal a la hora de vigilar los otorgamientos de contratos de obra pública, los sobreprecios en la venta de medicamentos a la seguridad social o las comisiones que los supervisores cobran luego adjudicar la construcción de una carretera? Hasta ahí llegan nomás las capacidades de control del aparato público, señoras y señores. Al momento de meterse con los peces gordos, se paralizan: se inmoviliza doña Contraloría y se agarrota la mentada Auditoría Superior de la Federación. Se les evapora súbitamente el entusiasmo republicano, vamos, y se acomodan como perros falderos a maquinaciones del calibre de la “estafa maestra” y otros infames contubernios. Eso sí, la tramitología cada vez más embrollada y más imbécil. Y la corrupción a todo vapor.
No es desacertado el diagnóstico de Obrador: estamos metidos hasta las narices en la corrupción. Prometió el hombre que las cosas van a cambiar y llegó así a la presidencia de la República, impulsado por una oleada de indignación popular. El asunto, una vez que se encuentra ya apoltronado en la silla presidencial, es cómo va a consumar tamaña empresa. Por lo pronto, está desmantelando organismos autónomos, suprimiendo empleos en la burocracia, recortando presupuestos a diestra y siniestra, cancelando inversiones y redirigiendo el gasto público para financiar sus muy particulares proyectos, a saber, la tal refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía, aparte de suministrarle, in extremis, un balón de oxígeno a Pemex, la incurable empresa de “todos los
Contra los peces gordos se agarrota la Auditoría Superior
mexicanos”.
Uno pensaría, sin embargo, que la cosa no va por ahí. Porque, miren ustedes, el gran atorón que tenemos en México es, antes que nada, la calamitosa condición del sistema de Justicia. O sea, que la corrupción se castiga con más legalidad, no con menos. Pero…