Milenio Puebla

“Ya aprendí a trabajar bien, coger fuerte y enseñarle los güevos a la muerte”

Este “hojalatero social y cronista” de Tepito, como se define, habla del arraigo, gastronomí­a y fisonomía del barrio bravo: “Tepito existe porque resiste con sus propias formas de trabajo y de vida, y porque de lo ordinario hace algo extraordin­ario”

- Alfonso Hernández Hernández HUMBERTO RÍOS NAVARRETE

Este hombre, de 74 años, no deja de hablar de Te pito, donde, junto con otros del barrio —algunos ya muertos, como el escritor Armando Ramírez—, formaría el colectivo Tepito Arte Acá, que trascendió fronteras, pues el tiempo los hermanó con un barrio francés, La Saulaie, de la región de Lyon.

Este “hojalatero social y cronista”, como se hace llamar, creador del Centro de Estudios Tepiteños y presidente de la Asociación de Cronistas Oficiales de Ciudad de México, nació el 29 de marzo de 1945 en la vecindad con el número 54 de la calle Florida, en el seno de una familia cuyos abuelos llegaron de Guanajuato y de Michoacán.

Su abuelo paterno, José, aprendió el oficio de picar piedras para molinos de nixtamal; el materno, Maximino, se dedicó a la compravent­a de caballos en los establos de la calle Rivero.

Alfonso creció en ese ambiente del barrio cuyos vecinos, dice, “lo consideran su cronista, alguien que ha recopilado su historia”.

¿Tepito es un albur?

Dicen que México quiere decir El ombligo de la luna y Tepito es lo que está más abajo.

¿Y además de eso?

Tepito funge como cordón umbilical. Las abuelas sembraban nuestro ombligo en una maceta. Eso nos criaba un arraigo desde las entrañas; entonces, sobrevives trayendo siempre en chinga a tu ángel de la guarda.

¿Y eso qué significa?

Era una consigna: “Usted no debe ser pendejo, ni que lo hagan pendejo, ni hacerse pendejo”.

¿Y lo sigues trayendo?

En la edad mayor se aprende a comer y trabajar bien, a coger fuerte y a enseñarle los güevos a la muerte.

Y además el colorido y la comida.

La gastronomí­a del barrio nos nutre para estar al tiro. Es un recetario de migas, sopa —que fue de los pobres y que ahora es gourmet— y de vísceras, lo más barato, pues no alcanzaba para bistecs.

¿Las migas, las vísceras...? Y los guisados. La gente que vive en Te pito vino de norte a sur y de costa a costa; degusta los pozo les, los moles y los tamales de todo el país.

Aquí se une la gastronomí­a nacional.

Tepito tiene un impresiona­nte mosaico gastronómi­co que nutre el intelecto y la libido.

¿Por qué, cómo está eso?

Se dice que la gente de extracción barrial hace mejor el amor.

¿Y en qué radica?

Antes se consumía pulque y chito, porque nos auguraban seguro muchachito; ahora, la gastronomí­a es más refinada y ves que el tepiteño no es obeso, tampoco atleta, pero debe estar en forma para practicar cualquier deporte y ritmo y saber ejercer cualquier oficio.

¿Y cuál es tu platillo favorito? Las albóndigas.

¿Y otro platillo?

El que hacía mi madre: bistecs con jugo de naranja y hierbas de olor. Lo agridulce le da un sabor insospecha­do. Es como las conchas rellenas de frijol: lo dulce con lo salado.

¿Y qué prevalece de la gastronomí­a original?

Las migas, los tacos de guisado y de vísceras.

¿Todavía hay lugares en donde puedes disfrutar eso? Toda la variedad de tripa en Tacos Ramiro, en el número 54 de Aztecas. Los de hígado son de ternera. Una delicia.

¿Y de migas?

Hay varios expendios. Las migas es un platillo que se come en familia. Es un intercambi­o de aderezos. Darle al chamaco los huesos de babilla es importante porque es un nutriente para su desarrollo.

¿Y de qué lecturas te alimentaba­s?

En la secundaria una maestra nos hacía un repaso de todas las obras. Pero no nada más era leer La Ilíada o La Odisea o Don Quijote, no: “Qué les dicen al hombre de hoy estas obras”.

Y la historia de México.

Era un agasajo, pues teníamos al autor de los libros, Ciro González Blackaller, quien nos decía: “No se les olvide que somos herederos del pueblo del sol y que los mexicanos tenemos un destino”.

Y de ahí te viene tu afición por narrar.

Los libreros de Tepito me recomendar­on a Luis González Obregón y de Guillermo Prieto, entre otros; hasta llegué a conseguir México a través de los siglos, de Vicente Riva Palacio.

¿Tepito existe porque resiste? Ahora le llaman resilienci­a, que es la capacidad de superar la crisis más cabrona. Y sí, Tepito existe porque resiste con sus propias formas de trabajo y de vida, y porque de lo ordinario hace algo extraordin­ario.

Y qué le recomienda­s a quien vaya a Tepito.

No puedes agarrar paso de supermerca­do o de galería; saber en la calle en la que andas, porque si te preguntan: “Oyes, ¿la calle de Aztecas?” y dices: “No sé”. Entonces dicen: “Este es barco”.

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ANA LÓPEZ/EFE Enriqueta Vargas, doña Queta, y el también escritor.

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