Michoacán: 4 errores graves y viene el quinto
En septiembre de 2006, La Familia le declaró la guerra a los Zetas para expulsarlos de su Michoacán. Las hostilidades iniciaron cuando arrojaron las cabezas decapitadas de seis Zetas en un antro. La semana pasada ocurrió otra masacre en Uruapan más macabra: 19 personas torturadas, decapitadas, desmembradas y exhibidas en la vía pública. Ahora se trata del CJNG contra Los Viagras.
La reflexión fácil e inmediata, al estilo de las mañaneras presidenciales, es que todo lo hecho en los trece años transcurridos entre ambos eventos no ha servido para nada y, por tanto, la “guerra contra el narco” es un fracaso total. Es evidente que en Michoacán las cosas han salido muy mal, pero hay otros estados donde la
historia ha sido diferente. Dentro del agravamiento de la situación nacional, se esconden realidades opuestas. Ciudad Juárez, Monterrey, La Laguna y Tijuana fueron en su momento casos de éxito en la reducción de la violencia; Guerrero y Michoacán son tragedias permanentes. Hay estados que al principio no tenían problema y ahora están incendiados como Guanajuato. En Tamaulipas, pese a la mala percepción, los homicidios se redujeron 30 por ciento en los últimos doce meses y la victimización de delitos comunes es de las menores del país.
Por eso hay que analizar a fondo y sin anteojos partidistas las estrategias en cada una de las entidades para sacar las lecciones adecuadas y hacer mejor las cosas. Los diagnósticos apresurados y falsos resultan trágicos porque a ellos le siguen malas decisiones que agravan la situación. Michoacán es un ejemplo claro de ello. Por lo menos cuatro decisiones equivocadas han causado mucho daño a los michoacanos.
Primera. Al inicio del sexenio pasado era común afirmar que la presencia del ejército era causa directa de la violencia. Algunos análisis sin evidencia empírica rigurosa lo aseguraban. Peña Nieto compró la tesis y en diciembre de 2012 acuarteló a los militares. Resultado: Los Templarios (antes La Familia) se reapropiaron de muchos territorios y cometieron peores tropelías que antes. La población, absolutamente indefensa, se armó con el apoyo de grupos enemigos de los templarios, y formaron las autodefensas. Peña Nieto envió a Alfredo Castillo a enfrentar el problema, quien sin entenderlo, lo hizo de la peor manera y toma la segunda pésima decisión: en vez de pactar una desmovilización y desarme gradual de las autodefensas las legitimó y les dejó las armas. Ahora algunos de esos grupos son Los Viagras. Los otros dos errores graves son del gobierno estatal. El gobierno de Fausto Vallejo y el gobernador sustituto, Jesús Reyna, creyeron, a la vieja usanza del PRI, que pactar con el líder de Los Templarios, La Tuta, era la vía para pacificar la entidad. El hijo de Vallejo se reunió varias veces con el criminal. Mejor imposible para La Tuta. La Federación se abstiene, el gobierno local se hace su cómplice y los alcaldes son abandonados a su suerte. La Tuta disfruta tres años de dominio casi absoluto.
El cuarto error: la negativa y feroz resistencia de los gobiernos michoacanos a construir instituciones de seguridad y justicia fuertes y confiables; todo lo esperan de la Federación.
El quinto error puede ser de AMLO. ¿Qué quiere decir que no caerá en la provocación y no le hará la guerra al crimen: que los cárteles pueden seguir masacrando a
masacrando