Ochoa vuelve a empezar
Desde su debut como futbolista profesional, Guillermo Ochoa trazó una aventura rumbo al éxito. Venía con el paquete básico de capacidades técnicas de cualquier portero, pero agregaba una serie de características a la lista que le convertían en uno muy especial: además de atajar, vendía. Desde Jorge Campos, un fenómeno dentro y fuera de la cancha que desarrolló un estilo arrasador, no existía un guardameta mexicano con tantos atributos emocionales: América había encontrado un ídolo en el lugar menos pensado, la portería.
Pronto, la figura de un muchacho alternativo, con melena rebelde, brazos delgaditos, hombros caídos, patilargo y sonrisa despreocupada, cargaba el peso de un Club gigantesco. Nadie imaginó que
el tonelaje de un equipo tan robusto fuera manejado con el desparpajo de un adolescente. El riesgo era tan alto como la responsabilidad, pero en los vuelos del joven portero empezó a construirse un relato sensacional. Animado por Leo Beenhakker, Ochoa encontró la seguridad para convertir el área del monumental Estadio Azteca en el patio de su casa, que era, particular: literalmente, jugaba. Convertido en imán de audiencia, un sector del nuevo americanismo se identificó con el nuevo ídolo juvenil. La fórmula era perfecta, el equipo de mayor penetración en medios alineaba a un futbolista que generaba tendencia y tocaba las puertas de la selección nacional.
Paco Memo, nombre muy telenovelero, pudo hacer una fortuna asociando sus brillantes cualidades deportivas al culto de la imagen y el consumo. Pero debajo de su rizada cabellera, se amotinaba la idea de un portero independiente: lo suyo era volar. Y otra vez contra pronóstico, una constante en su singular trayectoria, metió sus cosas en una bolsa y decidió refugiarse en una roca: se volvió el portero de una isla en ultramar. Desde allí, calificado por algunos como su autoexilio, definió una de las carreas con mayor carácter del frágil futbol mexicano. Ochoa siempre supo que la mejor forma de competir era ir contracorriente. Ese temperamento incómodo en la comodidad, le permitió convertirse en un portero milagroso. Su regreso al América mantiene coherencia con su forma de pensar: es bajo su propio riesgo.