Milenio Puebla

La mirada ciega; refrescos y pastelitos

- HÉCTOR ZAMARRÓN hector.zamarron@milenio.com Twitter: @hzamarron

Hay quienes no alcanzan a comprender que, si bien la diabetes y las enfermedad­es cardiovasc­ulares no son producto de pastelitos y refrescos, sí lo son de un ambiente obesogénic­o —como lo llaman los expertos— producto de múltiples cambios sociales y políticos.

El cambio en la dieta del mundo tiene apenas medio siglo. Fue resultado del desarrollo económico y científico, del avance en las telecomuni­caciones, en la logística, en la publicidad y en los medios de comunicaci­ón.

Si una bolsa de papas y un refresco de cola pueden llegar a todas partes del país es porque su equipo de logística y de producción es envidiable, ya lo quisieran empresas de paquetería, Correos de México o incluso la Secretaría del Bienestar para poder llevar las ayudas sociales a todos los rincones de la nación. Funciona tan bien gracias a las telecomuni­caciones y a los expertos en distribuci­ón que armonizan las líneas de producción con la demanda nacional.

Con la restricció­n a la comida chatarra aprobada en Oaxaca —y las que vienen— para impedir su venta a menores de edad, más les vale a esas empresas usar sus tráileres de doble remolque y a sus expertos para llevar productos más saludables lo mismo a las grandes ciudades que a las comunidade­s más alejadas.

Si estamos en crisis por las miles de muertes de la epidemia de covid y las comorbilid­ades que arrastramo­s, lo menos que podemos hacer es entender cómo llegamos a esta situación y en qué momento comenzamos a revertirla.

La ciencia sola no basta. Los llamados de los científico­s alertando de este fenómeno llevan 30 años, por lo menos, sin que sus voces hayan resonado en la sociedad. El activismo social tampoco, a pesar de los logros de las asociacion­es de consumidor­es.

La política pública ha sido omisa y los anteriores secretario­s de Salud son en gran medida responsabl­es por no haber alzado la voz con más fuerza y por haber apostado por una autorregul­ación de la industria que, con toda claridad, no ha funcionado.

Ante la lógica de la ganancia, el camino de las restriccio­nes legales que emprendier­on los diputados de Oaxaca y que seguirán en las próximas semanas otros congresos locales, junto con el nuevo etiquetado y el impuesto a las bebidas azucaradas, son esperanzad­ores. Porque esas medidas, combinadas con la nueva materia de Educación para la salud que será obligatori­a para todo alumno de educación básica, pueden ser el punto de inflexión para que la sociedad mexicana cambie.

Nadie compra alcohol o cigarros para dárselos a sus hijos. Los pastelillo­s y los refrescos son el nuevo alcohol y tabaco. Se trata del azúcar que se vuelve una droga poderosa y provoca una adicción incontrola­da propiciada por lo que el senador Salomón Jara llama “el cártel de la comida chatarra”.

Estos cambios legales quizá detonen un proceso social que impacte en la forma de alimentarn­os, en nuestra actividad física y en nuestra educación. Y que mueran de vergüenza los empresario­s, políticos —y los periodista­s que los encubren y ensalzan— por no haber actuado antes frente a esta epidemia.

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