La mirada ciega; refrescos y pastelitos
Hay quienes no alcanzan a comprender que, si bien la diabetes y las enfermedades cardiovasculares no son producto de pastelitos y refrescos, sí lo son de un ambiente obesogénico —como lo llaman los expertos— producto de múltiples cambios sociales y políticos.
El cambio en la dieta del mundo tiene apenas medio siglo. Fue resultado del desarrollo económico y científico, del avance en las telecomunicaciones, en la logística, en la publicidad y en los medios de comunicación.
Si una bolsa de papas y un refresco de cola pueden llegar a todas partes del país es porque su equipo de logística y de producción es envidiable, ya lo quisieran empresas de paquetería, Correos de México o incluso la Secretaría del Bienestar para poder llevar las ayudas sociales a todos los rincones de la nación. Funciona tan bien gracias a las telecomunicaciones y a los expertos en distribución que armonizan las líneas de producción con la demanda nacional.
Con la restricción a la comida chatarra aprobada en Oaxaca —y las que vienen— para impedir su venta a menores de edad, más les vale a esas empresas usar sus tráileres de doble remolque y a sus expertos para llevar productos más saludables lo mismo a las grandes ciudades que a las comunidades más alejadas.
Si estamos en crisis por las miles de muertes de la epidemia de covid y las comorbilidades que arrastramos, lo menos que podemos hacer es entender cómo llegamos a esta situación y en qué momento comenzamos a revertirla.
La ciencia sola no basta. Los llamados de los científicos alertando de este fenómeno llevan 30 años, por lo menos, sin que sus voces hayan resonado en la sociedad. El activismo social tampoco, a pesar de los logros de las asociaciones de consumidores.
La política pública ha sido omisa y los anteriores secretarios de Salud son en gran medida responsables por no haber alzado la voz con más fuerza y por haber apostado por una autorregulación de la industria que, con toda claridad, no ha funcionado.
Ante la lógica de la ganancia, el camino de las restricciones legales que emprendieron los diputados de Oaxaca y que seguirán en las próximas semanas otros congresos locales, junto con el nuevo etiquetado y el impuesto a las bebidas azucaradas, son esperanzadores. Porque esas medidas, combinadas con la nueva materia de Educación para la salud que será obligatoria para todo alumno de educación básica, pueden ser el punto de inflexión para que la sociedad mexicana cambie.
Nadie compra alcohol o cigarros para dárselos a sus hijos. Los pastelillos y los refrescos son el nuevo alcohol y tabaco. Se trata del azúcar que se vuelve una droga poderosa y provoca una adicción incontrolada propiciada por lo que el senador Salomón Jara llama “el cártel de la comida chatarra”.
Estos cambios legales quizá detonen un proceso social que impacte en la forma de alimentarnos, en nuestra actividad física y en nuestra educación. Y que mueran de vergüenza los empresarios, políticos —y los periodistas que los encubren y ensalzan— por no haber actuado antes frente a esta epidemia.