¿Qué somos sin paisaje, sin raíces?
Ayer visité el viejo Paseo Bravo, ubicado en el Centro Histórico de la ciudad de Puebla. Hace rato que no lo recorría con calma, solo pasaba junto a él sin querer mirarlo demasiado, quizá porque prefería recordar el orden original del parque y la avenida que conducía hacia él, la avenida de La Paz, hoy avenida Juárez; me gustaba su arbolado con palmeras al centro y grandes fresnos a los lados. El parque fue inaugurado en 1840 y algunos de sus grandes árboles, mayoritariamente fresnos, aún están ahí, cercados por siembras posteriores, inadecuadas y caóticas.
De las antiguas casas que rodeaban al parque, muchas han sido demolidas y en su lugar han ido construyendo modernidades espantosas que no respetaron el carácter ni los supuestos ordenamientos que debían proteger el entorno. La mayoría de las zonas históricas del país han sufrido lo mismo, arrasadas por los intereses inmobiliarios y la falta de atención de los gobiernos, que también han cooperado a deformar esos espacios con muchas intervenciones mal pensadas y peor construidas. Los espacios públicos, en particular los de los lugares catalogados como históricos, son una referencia para los habitantes de una ciudad, son nuestra memoria y debieran serlo para otras generaciones. El Paseo Bravo ha perdido su carácter y lo que sabemos o recordamos de él ha sido borrado por un inquietante presente.
Sobre la avenida, poco antes de llegar al parque, veo los rastros de una antigua construcción recién convertida en un enorme estacionamiento con piso de tierra y escombro. Los viejos árboles del frente ya no están. En medio, solitaria, quedó una enorme chimenea de ladrillo rojo y un letrero del INAH. Una calle lateral del parque ya es peatonal; curiosamente, los árboles que le dan sombra en algunos tramos fueron sembrados en 1905, otros en 1940.
Las siembras recientes no han sobrevivido y las intervenciones del siglo XXI no han sido afortunadas para el arbolado; en cuanto a las obras de infraestructura, no respetaron el carácter del espacio y por su mala calidad no han aguantada el mínimo paso del tiempo.
En la antigua avenida, muchísimos árboles han desaparecido a lo largo de 20 años para favorecer la vista de comercios y restaurantes o para la colocación de horribles espectaculares y letreros en espacios públicos y peatonales. Entre el espectador y el entorno ha triunfado un enorme ruido visual.
Las referencias que nos hacen familiar nuestra ciudad van desapareciendo, caen las casas, caen los árboles y desaparece el paisaje. No tenemos un mapa mínimo de lo que debiera preservarse desde el punto de vista visual, arquitectónico y estético, mucho menos un inventario de los árboles. ¿Qué somos sin nuestro paisaje, sin raíces, sin sombras y rincones familiares?
Las zonas históricas han sido arrasadas por los intereses inmobiliarios y la falta de atención de los gobiernos