Berrinches
Les sucede a quienes alcanzan la cúspide del poder. No a todos, por fortuna. Pero sí a quienes se embelesan en la burda construcción del culto a su personalidad de gran gobernanteypretendentenerun“derechototal” sobre los ciudadanos. Se emberrinchan desí.Ycomoliendres,seaferranalpodersin la menor voluntad de soltarlo. También son conocidos como déspotas, autócratas, demagogos, populistas.
En el imaginario del déspota berrinchudo, todo aquello o aquel que intente persuadirle que se ha equivocado o incluso busque corregirlo, se convierte en su enemigo casi por efecto instantáneo. Emocionalmente, visceralmente, los rechaza y odia más y más. Es cuando el berrinchudo patalea, grita, berrea. Lo que debemos saber es que, el berrinchudo atrincherado en su yo, hará exactamente lo contrario que se le pide hacer para entrar en razón: que es sopesar, escuchar, concursar. Nada ayudará. Ni los datos, ni la realidad ni la persuasión. El detentador del poder lo toma como si lo atacaran y se obnubilaypataleamás.Elberrincheserecrudece.
Miren ustedes, por ejemplo. Ninguna de las encuestas que se han realizado en el país sobre la valoración de Donald Trump lo posicionanfavorablemente.Ninguna.Incluso es de los políticos más rechazados y vituperados. A mí me parece que esa baja estima entre los mexicanos se la ha ganado con creces. El presidente 45 de Estados Unidos ha hecho del discurso del odio y la discriminación su mayor capital político de movilización y permanencia en el poder. La polarización étnica y de clase es su fórmula y vergonzosaherenciaqueahoramismotieneno solo a su país sino al mundo en tensión. A los mexicanos nos ha tocado ser mucho de su centro de desprecio y burla. Está documentado que sistemáticamente nos ha tachado de sucios, drogados, violadores, asesinos.
Sabido lo anterior, qué ha hecho nuestro Presidente. Solo un botón, un hecho verificable: su visita a Washington el 8 de julio pasado. Ahí todos vimos su efusivo aplauso hacia la persona de Trump y decirle, por ejemplo, que “se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto”. Es decir, hizo exactamentelocontrariodeloqueasupueblosabio y bueno le hubiera gustado que hiciera.
Y ahora con las elecciones en EU lejos de manifestar una mínima celebración por el cambio de narrativa de odio que significa la llegada de Joe Biden, nuestro Presidente sigue sin reconocer su triunfo. En esta semana hasta se argumentó una política de comunicación diplomática de Estado para no sumarse al cambio presidencial.
A veces, solo por momentos, hasta he pensado que nos trata como manipulables por no decir tontos. A los manipulables se les puede engañar con verdades a medias. A los manipulables se les puede convocar a dañar las instituciones democráticas y se sumen a su desprestigio. Es cosa que se dejen acompañar en el berrinche propio del demagogo, que pataleen con él, al mismo tiempo.
En su negativa a reconocer el triunfo de Biden más se dibuja lo que prepara a futuro que la torpeza de su comportamiento presente. Mire usted, el daño mayor no es tanto el apoyo a Trump en estas horas de su caída y deshonra, sino su graciosa adhesión a la narrativa de suponer que en EU hubo fraude (hasta ahora, Trump no ha dado alguna prueba que pudiera llevar a comprobar ese fraude). Pero recordemos que el berrinchudo se obnubila en su yo. En su mundo imaginario. Bien, ahora miremos a 2021, a las elecciones próximas. La sutil narrativa de un fraude, la orquestación de un complot de los enemigos del pueblo, los inmundos: es el berrinche que viene.