La “doctrina Estrada” a veces sí y a veces no
docente de la Facultad de Negocios en La Salle, advirtió que ante el inminente confinamiento se actuó tarde, pero ahora es tiempo de pensar en la lección y la más importante es que el gobierno local “debe dejar de reproducir la estructura perversa del centralismo y darle a las alcaldías la posibilidad de recaudación, con lo cual se quitaría una carga administrativa muy pesada”.
La ciudad tendrá un presupuesto para 2021 aproximado de 215 mil millones de pesos, una reducción de 23 mil millones.
El colapso de las finanzas públicas de CdMx se explica en parte por la contracción del turismo, que fue de las actividades más mermadas por la pandemia, siendo la hotelera de las más afectadas.
Este año el valor promedio de la operación de servicios de hospedaje cayó 43.8 por ciento en términos reales, respecto al tercer trimestre de 2019, sumando mil 222 millones en julio pasado. revueltas@mac.com
Los principios de la tal “doctrina Estrada” se invocan con una muy cómoda y lucrativa flexibilidad: ahora mismo, el Gobierno de México pretexta que no tiene atribuciones para “reconocer” el triunfo electoral de Joe Biden. Es muy falaz el argumento porque el mentado reconocimiento no es una certificación del proceso: quienes validan sus votaciones son ellos, no nosotros, y nadie supone, en momento alguno, que estarían esperando la legitimación de terceros para seguir adelante con sus protocolos. El resultado, además, es prácticamente un hecho consumado en tanto que se han contado escrupulosamente los sufragios y que se han seguido las estrictas normas de siempre, más allá de que un aprendiz de tiranuelo — con los modos de un mocoso berrinchudo— quiera acomodar las cosas a su manera.
Tan evidente y palmaria es la realidad de que el candidato demócrata ganó las elecciones que prácticamente todos los líderes políticos del planeta le han llamado para felicitarlo o le han enviado mensajes incuestionablemente oficiales para expresarle sus parabienes. ¿México, de pronto, no es parte de la comunidad internacional? En un entorno de creciente globalización, ¿nuestro país debe mantener contra viento y marea una trasnochada postura aislacionista? ¿Qué ventajas obtenemos, además, al no seguir los tradicionales usos de la diplomacia?
Hay más: eso de que no nos inmiscuimos en los asuntos internos de los demás países —infiriendo, miren ustedes, que “reconocer” a tal o cual Gobierno es una “injerencia”— es punto menos que una falsedad: durante décadas enteras desconocimos al régimen militar de Francisco Franco y acogimos a la República Española; también rompimos relaciones diplomáticas con Chile después de que tuviera lugar el golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet; a Manuel Zelaya, un presidente hondureño destituido por el Congreso y la Suprema Corte de su país, lo recibió Felipe Calderón con los honores de un auténtico jefe de Estado y Marcelo Ebrard, que era alcalde de la capital de todos los mexicanos cuando tuvo lugar aquel suceso, lo condecoró con las llaves de la ciudad; eso sí, todos los Gobiernos de este país han mantenido relaciones muy sólidas con otra dictadura, la de los Castro en Cuba. Por lo visto, quienes le meten ruido a la antedicha “doctrina Estrada” son las dictaduras de derechas: las tiranías comunistas le son perfectamente admisibles y los ínclitos funcionarios de nuestro Servicio Exterior no dicen ni pío cuando un sujeto como Nicolás Maduro emprende la demolición institucional, social y económica de todo un país.
Que no nos vengan, entonces, con la cantaleta de que somos primigeniamente respetuosos y prudentes con las demás naciones por mandato constitucional. Lo que sí nos queda claro, por el contrario, es que doña Constitución es muy adaptable y muy complaciente.
Lo que sí nos queda claro es que doña Constitución es muy adaptable y muy complaciente