Ciudad enemiga
Nosé qué asunto me llevó a caminar por unas calles que conozco de memoria. Podría avanzar a ciegas sin perderme. En LavidaenMéxico, Madame Calderón de la Barca escribió: “La Hacienda de la Condesa de la Cortina, que parece ser la más hermosa de Tacubaya, es notable porque desde sus ventanas se domina una de las más bellas perspectivas que puede imaginarse en México: los volcanes y Chapultepec”. Madame tenía razón, la vista panorámica en esos tiempos debió ser estremecedora.
Si un vidente le hubiera contado el futuro a Madame, ella habría enloquecido. El vaticinio: una estación de microbuses, puestos callejeros de comida, colas largas a la espera de un camión, humo venenoso, rateros al acecho, choferes gordos bebiendo cocacola, entradas al submundo que llaman Metro, idas y venidas en el circuito interior, puentes peatonales, puestos de mercancía, toda la piratería del mundo, pornografía a granel, el bello edificio art-déco de la Secretaría de Salud, construido por el arquitecto Obregón Santacilia, rodeado de ríos caudalosos populares, como si regresáramos al más oscuro siglo XIX.
Algún día todo este caos fue la entrada al bosque de Chapultepec entre dos leones, al sendero que llevaba al Castillo desde donde se veía una ancha avenida arbolada flanqueada de chalets suizos, minaretes a la inglesa, mansiones construidas a imagen y semejanza de los Campos Elíseos de París: Reforma. Ya sé que soy un absurdo nostálgico en busca de un tiempo perdido.
Humo venenoso, rateros al acecho, toda la piratería del mundo...
La barahúnda me empuja hacia las escaleras de la estación del Metro Chapultepec. Todos los vendedores y usuarios del subterráneo se han acostumbrado al aire irrespirable de los túneles, al covid instantáneo. Salgo a la superficie en avenida Veracruz. Otra vez los microbuses, las loncherías. Cabe preguntarse: ¿qué hicimos mal?, ¿en qué cabeza enquistó la locura?
Más tarde me reprendí: ¿qué querías, una ciudad bella como un museo? La verdad, sí. La memoria urbana, impedir su destrucción, conservar algo del pasado debería ser una de las prioridades de quienes nos gobiernan, no los elefantes blancos y negros de la ignorancia; bastaría con detener la devastación, pero nadie se ha ocupado; al contrario, el mensaje es claro: el pasado no sólo no existe, conviene eliminarlo. Todo lo que viene de allá debe ser revisado, sancionado y olvidado.
Y todo esto por caminar por unas calles horrendas, intransitables. ¿Hay calles corruptas?