Ulises en Joyce / y II
Lacrítica observa que Marcel Proust hizo del yo un recurso para recrear el mundo, un “libro de símbolos desconocidos”. Pero Joyce, su contemporáneo, llevó la primera persona gramatical a otras dimensiones. El monólogo interior, mecanismo esencial de su Ulises, dejó de ser el recuerdo de la memoria personal para convertirse en un macrocosmos de la historia humana. No a través de una figura heroica en escenarios ejemplares, sino mediante el día más cotidiano posible desde el flujo ininterrumpido de conciencia de Stephen Dedalus, Molly Bloom y su marido, Leopold
Bloom. No en una capital del gran mundo sino desde una metrópoli periférica, Dublín, un 16 de junio de 1904. El espíritu sopla donde quiera: ahí quiso hacerlo en su totalidad.
¿Por qué Ulises? Porque Joyce ve en él la astucia, único bien auténtico de los seres humanos. Y su tortuoso camino de regreso a Ítaca retrata la condición errante y difícil de toda existencia: vivir es un volver a casa. Por encima de Fausto, Hamlet o Don Quijote, Ulises está librado a sí mismo, a sus propios recursos, y así anticipa al ser humano en la modernidad. Las armas y la
¿Por qué Ulises? Porque Joyce ve en él la astucia, único bien auténtico de los seres humanos
protección de los dioses son para los caracteres exiguos, la palabra es la existencia sin intervención metafísica.
Eligió a Hermes, dios de las señales, como guía de sus anti héroes, juntando Grecia con Dublín, escribiendo durante siete años ininterrumpidos, desdoblándose como “letrista, matemático, astrónomo, mecánico, geómetra, químico y culoesteticista”. Haciendo del lenguaje un absoluto, Joyce mostró el límite de la época extremando las posibilidades del yo y la fuerza del sí. Cuando todo acabe y empiece de nuevo será la tercera persona narrativa quien dará comienzo al comenzar. Ulises termina de este modo: “y sí yo dije quiero sí”. Cien años después será inútil. De aquel sí ahora tan pesaroso, la salvación histórica radicará en decir serenamente que no.