Silencio o estigma
El ruido social es consustancial a la democracia. Las sociedades silenciosas, las que nunca protestan, se dan en regímenes autoritarios. La nuestra lo fue hasta finales del siglo XX. Las voces disidentes se acallaron primero con represión, luego con cooptación o censura. La 4T ha inaugurado una nueva modalidad de inhibir las quejas: la estigmatización. La autocensura sigue existiendo y a menudo hay también persecución del SAT o la UIF o incluso la FGR, pero el instrumento favorito de Andrés Manuel López Obrador para desalentar la crítica es la diatriba contra el quejoso. Quien quiera criticar al Presidente tiene que estar dispuesto a pagar su osadía con una dosis de repudio popular y linchamiento en redes sociales.
Esta vez le tocó al clero católico, en particular a los jesuitas. Puesto que cuestionaron su estrategia tras de los asesinatos en Cerocahui, AMLO se lanzó contra ellos; dijo que no se inconformaron ante los crímenes cometidos por sus predecesores y que están apergollados por la oligarquía. Erró el tiro con la Compañía de Jesús, que ha impugnado a todos —incluido Enrique Peña Nieto, quien a juzgar por el trato que recibe de la 4T se las ha ingeniado para apergollar a AMLO— y se ha confrontado con no pocos oligarcas mexicanos. Pero él no se detiene en minucias cuando quiere dejar en claro que nadie puede criticarlo sin ser castigado; es su táctica para que la gente piense dos veces antes de hacerlo.
Proteger la vida es la principal responsabilidad del Estado. Los ciudadanos tienen todo el derecho de reclamarle al Presidente si las instituciones fallan en esa tarea y no tienen por qué culpar a administraciones pasadas. AMLO prometió resolver el problema, ya pasaron cuatro años y es a él a quien han de exigirle cuentas. Es absurdo e inhumano, además, que la autoridad espere compostura de quienes han perdido a un ser querido: las víctimas no tienen por qué tragarse su dolor para agradecerle a AMLO sus buenas intenciones.
En vez de consternarse, AMLO se enoja cuando un periodista muestra su indignación ante la muerte de un colega, o cuando un jesuita le pide revisar su plan de seguridad. Espera un cheque en blanco y sin caducidad. Él es bueno, él no se equivoca, y por eso los gobernados deben callar y esperar indefinidamente. Los tiempos del señor son perfectos, como lo son sus políticas públicas, que son inmejorables. Quienes lo dudan son injuriados: chayoteros, títeres de la oligarquía, corruptos. El acto de autoridad es en su caso un acto de fe, y al que lo regatea, al que niega la infalibilidad del líder de la 4T, se le enloda. Solo los capos, los sicarios y Peña Nieto están exentos de estigmatización; para ellos hay consideraciones humanitarias y silencio mañanero.
Si te asesinan a un hijo o a un hermano en México, sobreponte al sufrimiento y agradece al Presidente que madrugue para reunirse con el gabinete de seguridad. Ni se te ocurra clamar justicia, porque recibirás la injusticia de la revictimización. He aquí lo que busca AMLO, el estigmatizador: una sociedad silenciosa que le prodigue adoración. Una que solo haga ruido al aplaudirle.