Milenio Puebla

La última confesión de Ted Bundy

- JUAN GERARDO SAMPEDRO twitter: @Coleoptero­55

El caso de Ted Bundy (su verdadero nombre fue Theodore Robert Bundy) es peculiar. Nacido en Cowell el 24 de noviembre de 1946, fue condenado a muerte el 24 de enero de 1989 en Florida. Un asesino serial que tardó muchos años en aceptar su culpabilid­ad. A Bundy se le atribuyen más de treinta homicidios (“o menos, o más, porque algunas despertaba­n y corrían por el bosque a esconderse, cambiaban su nombre y nunca supe si habían muerto”). Lo que entrecomil­lo entre el paréntesis lo hago de memoria luego de haber visto el documental de Netflix “La última confesión de Ted Bundy”. Todos los homicidios ocurrieron en siete estados de los EEUU entre 1974 y 1978. Un hombre que sabía perfectame­nte los movimiento­s de sus víctimas. Estudiante de psicología y de derecho, no tuvo más remedio que narrarle a un agente del FBI la manera de actuar en contra de sus víctimas.

Reacio a toda entrevista, Ted Bundy hizo lo que pudo para alargar la sentencia: cambió de abogados, se defendió personalme­nte, etcétera. Una década para que la verdad saliera a flote. Al final dijo que se había arrepentid­o de haber dado muerte a una niña de solo doce años de edad, lo que contribuyó en mucho a que lo atraparan.

Se supone -se explica- que la serie que ha lanzado Netflix se apega a hechos reales. Volví a revisar parte de la bibliograf­ía estudiada y encontré pocas

“El sentimient­o incontrola­ble a la hora de matar”

coincidenc­ias, salvo quizá alguna que otra vaga declaració­n.

Bill Hagmaier, perfilador del FBI, es quien logra mantener una relación compleja con Ted Bundy. En una de las escenas más inquietant­es, Bundy le dice que no le gusta que nadie se apodere de su mente. Entonces Bill Hagmaier le narra que siendo niño una rata lo atemorizab­a en el sótano pero que cuando su padre la mató, utilizando un bat, él debió limpiar la sangre; no lo perturbó la sangre sino el silencio, la ausencia de la rata.

Bundy quiere una goma de mascar: siete días lo separan de la silla eléctrica. “Si tu dices que no estoy loco me matarán”. Y Hagmaier le responde: es la única manera de dar tranquilid­ad a las familias de las víctimas.

La última confesión de Ted Bundy la hizo a Hagmaier: el sentimient­o incontrola­ble a la hora de matar. Aún con la dificultad de las esposas, Bundy tomó de las manos al agente y lloró. Afuera celebraban.

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