Israel Cavazos Garza, cien años, cien días
Es de celebrarse que los municipios de Guadalupe y Monterrey, así como la Fundación Ildefonso Vázquez, universidades, centenares de cronistas, historiadores, académicos y la comunidad nuevoleonesa, repasen una vida y obra inspiradoras
La noche del 4 de noviembre arrancaron cien días de homenajes a quien fuera cronista de Monterrey, premio nacional de historia, ciencias sociales y filosofía, y querido y arraigado vecino de ciudad Guadalupe, Nuevo León.
Volver a sus rumbos entraña nostalgia, especialmente la plaza principal, donde está el museo que fue sede del evento inaugural y su estatua en la banca donde gustaba de sentarse cada tarde. Un gran altar de muertos, con las imágenes de mis suegros, era el colorido recordatorio de que nuestros seres queridos se nos van adelantando en el camino, y de que una generación generosa y dedicada se está despidiendo. Esa generación que dio fama de cuna de gente franca y laboriosa a nuestra tierra regiomontana.
Graduado en historia por El Colegio de México, autor de una extensa bibliografía y Benemérito Cultural de Nuevo León, Israel se dedicaba a revivir a los muertos y hacerlos deambular en nuestra imaginación. Apasionado de la época de la Colonia, logró importantes descubrimientos que colmaron lagunas en nuestra historia, y leerlo y escucharlo nos daba sentido de trayectoria común, conciencia y, con ello, claridad para el porvenir.
Su partida, que me dolió hasta lo más profundo, dejó a Nuevo León en una especie de orfandad: sin un puente viviente que sabía conectar a esta generación con sus orígenes y su evolución, que embelesaba en cualquier recinto con vivas imágenes y anécdotas de épocas de las que nadie habla ya, y que ahora sí me parecen destinadas al olvido.
Su vocación, hacia el pasado, ensanchaba nuestros horizontes. Salíamos más altos de sus conferencias, y más profundos, porque nos hacía elevarnos sobre lo que hemos sido, y nos hacía descubrirnos raíces firmes sobre las cuales fincarnos. Cómo no agradecerle que salíamos enriquecidos de sus libros o sus charlas, y de buen humor, porque Israel siempre era amable, suave y divertido, sin perder un ápice de la indiscutible autoridad que le otorgaban su inteligencia, su mente crítica y estructurada, y sus conocimientos. Autoridad que brillaba aún más por sus atributos de hombre bueno, sencillo y generoso.
Iluminando el pasado, Israel nos permitía confiar en el futuro: en nuestra resistencia frente a la adversidad, en los frutos a largo plazo del trabajo duro y honesto, en la capacidad de producir hasta en el entorno más agreste (ya fuera físico o político). Qué falta hace esa conciencia en momentos convulsos o de incertidumbre, de desorientación frente a los engañosos réditos de lo acomodaticio y ventajoso. Alzar la mira a partir de lo que en Nuevo León nos une, de lo que nos elevó a la altura de nuestras montañas.
Israel compartía su vocación con una generosidad inigualable, en él, la historia no era una parcela que se reservara el derecho de admisión solo a eruditos, sino que iba regalando erudición a todos, porque la historia no es información recopilada, sino que es tan formativa como las matemáticas. La historia da sentido al civismo y al derecho, a la Constitución y las libertades, la historia sensibiliza nuestra visión de la realidad y la vuelve apta para comprenderla como un entramado complejo y plural, y este entendimiento nos vuelve, sin duda, mucho mejores ciudadanos, más capaces de colaborar e intercambiar entre nosotros hacia la prosperidad.
Es de celebrarse que los municipios de Guadalupe y Monterrey, la Fundación Ildefonso Vázquez, así como las universidades, y centenares de cronistas, historiadores, académicos, en fin, la comunidad nuevoleonesa, repase una vida y obra inspiradoras, las de este guadalupense que, colmado de medallas y logros, gozaba de vivir modestamente a unas cuadras de su plaza principal.
Es difícil no ponerse sentimental. Los organizadores crearon un programa encomiable que abarca cien días, y el evento más entrañable hasta el momento tuvo lugar el día 5, con una guardia de honor en el sitio donde está enterrado junto a Lilia, su infatigable y extraordinaria esposa, que falleció el mismo día que él, sólo que 8 años antes (en 2008). Mientras ella se despedía de su plano físico, recuerdo que Israel recorría el pasillo de cuidados intensivos musitando este verso de Alfonso Reyes: “¿En qué rincón del tiempo nos aguardas, desde qué pliegue de la luz nos miras?”,
verso que alcanzó su punto de llanto en la terraza del hospital, en un abrazo de tres que no olvidaré jamás, y que me ha dejado haciendo eco de ese verso desde su propia partida en 2016.
Arrancaron los homenajes a quien fuera cronista de Monterrey, premio de historia, ciencias sociales y filosofía