Estampas de las élites decadentes
De la élite intelectual. Que la presidencia de El Colegio de México y varios de sus directivos relativicen el vergonzante robo de ideas –capitales para su obra— que Pierre Gaussens hizo de la tesis de licenciatura de Miguel Ángel Berber, habla no sólo de la mencionada presidencia, sino de la crisis de nuestra educación superior. Si ese desastre moral e intelectual es hoy admisible en una de las instituciones más respetadas de nuestro idioma, ¿qué sucederá en todas las que son menos estrictas y reconocidas? Antes de leer la tesis de Berber, los planteamientos del doctor Gaussens eran, como toda su obra publicada, borrosos, verbosos y enredosos, claramente diferentes a lo presentado en el libro beneficiado del plagio. No se ve cómo (ni siquiera retirando de la circulación comercial el libro con ideas robadas o despidiendo de El Colegio al plagiador) esta administración pueda quitarse de encima esa mancha; de todo lo sucedido estos años en la institución es, desgraciadamente, lo más memorable. Presento aquí mi respeto y reconocimiento a la comunidad académica que se ha pronunciado dignamente.
De la élite empresarial. Que Carlos Slim tenga la desfachatez de emprender ( ja) la confección de un discurso optimista sobre el futuro en un auditorio lleno de jóvenes, puede ser muestra de dos cosas, a cuál más preocupante. O ignora las cifras de atraso educativo por la pandemia, la reducción del salario promedio y el aumento de la brecha salarial generacional y las dinámicas de precarización del empleo, o simplemente le parece un horizonte feliz el del probable crecimiento económico generado por empresas gigantes, como las suyas, con empleados empobrecidos y comunidades destruidas. O quizá sólo es que aplaudir fuertemente al México de hoy fue el costo que pagó para salvar el pellejo por el crimen de la mala construcción de la línea 12 en que sus empresas participaron.
De la élite política. Que el Presidente de la República y su candidata, que es también la candidata de la oligarquía y del sistema, pretendan que es “histórico” que un mandatario llame a marchar o desfile él mismo entre su público movilizado, con motivo del informe o por alguna reforma, podría enternecer tal y como enternece la ignorancia acompañada de seguridad que a veces exponen los niños pequeños. Pero, a veces, la supuesta ignorancia en la boca de gobernantes es más bien aterradora. López Portillo, que desfilaba con los suyos, también llamó desde el poder a medio millón a marchar al Zócalo en ocasión de la expropiación de la banca. López Portillo tenía, por lo menos, un pretexto nacionalista creíble.