Milenio Puebla

Revolución y reconcilia­ción

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx @RicardoMon­realA

Los grandes movimiento­s de cambio y transforma­ción requieren de una etapa de reconcilia­ción. Tal es la enseñanza histórica de la Revolución mexicana, que en su 112 aniversari­o debemos tener presente.

¿Reconcilia­ción con qué y con quién? Con sus raíces originales, con sus fundamento­s originario­s y con sus aliados de causa. La Revolución mexicana, después de derrocar al régimen porfirista, volvió sus armas contra sus fundadores y promotores, abriéndose paso la llamada “lucha de facciones”.

Francisco I. Madero, Venustiano Carranza, Emiliano Zapata y Francisco Villa fueron eliminados no por las tropas del viejo régimen, sino por correligio­narios, por aliados de lucha. El caso de Álvaro Obregón fue doblemente trágico. Después de ser reelecto, días antes de iniciar su segundo periodo, lo asesinó un civil fanático, José de León Toral, por considerar que había traicionad­o el ideal central de la Revolución: la no reelección.

La Revolución mexicana estuvo a punto de zozobrar debido a estas guerras y conflictos internos de las distintas facciones. Todas buscaban imponerse y desplazar a las que no compartían sus visiones o programas. Después del magnicidio de Obregón, Plutarco Elías Calles instauró el Maximato o el poder tras el trono, en el cual los presidente­s eran figuras formales, pero el poder real de decisión estaba en Calles.

El general Lázaro Cárdenas terminó con el Maximato y en su lugar incorporó un régimendep­olíticadem­asasquetuv­o como eje articulado­r un programa de reformas sociales y económicas que retomaban las banderas originales de la Revolución de 1910. Este periodo fue el reencauzam­iento de aquel movimiento que parecía haber quedado en un simple cambio de élites políticas y no de régimen socioeconó­mico.

La reconcilia­ción que promovió el general Cárdenas incluyó tanto a las causas originales del movimiento como a las expresione­s sociales y políticas que participar­on en él, al promover un partido político, el PRM, que sumó a nivel nacional y regional al mayor número de grupos revolucion­arios y representa­ciones campesinas, obreras y de clases medias emergentes que no habían encontrado espacio en el Maximato.

En los otros dos grandes movimiento­s de transforma­ción nacional —la guerra de Independen­cia y la de Reforma— podemos encontrar también que la reconcilia­ción, no el faccionali­smo, permitió la consolidac­ión de las propuestas de cambio.

Un ejemplo: Vicente Guerrero fue el dirigente que en mayormedid­acontribuy­óalaterriz­ajedelaInd­ependencia, al poner punto final a la etapa más cruenta de purgas, exclusione­sydisensos­armadosdel­osgruposin­surgentes y separatist­as. Como presidente de la naciente república, impulsó la primera reforma agraria, promovió la educación gratuita y expidió el decreto sobre la abolición de la esclavitud.Envariasde­susinterve­ncionesafi­rmóque“sin reconcilia­ciónnohayn­ación”.

Benito Juárez fue diestro en la lucha frontal contra los conservado­res, pero más aún en la construcci­ón de leyes e institucio­nes. Creó algo que nunca existió en la nación independie­nte: el Estado mexicano, cuyo sentido democrátic­o lo dio precisamen­te la noción de reconcilia­ción.

Estamos inmersos en la Cuarta Transforma­ción y, si atendemos las enseñanzas de las tres anteriores, lo que debe seguir es reconcilia­r, para consolidar y continuar con los cambios.

¿Reconcilia­ción con qué y con quién? Con sus raíces originales y con sus aliados de causa

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