Milenio Puebla

La importanci­a nacional del gol (y II)

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com REUTERS

Los goles se celebran en la Columna de la Independen­cia, ni más ni menos. Podrían festejarse también en el Zócalo o en la Plaza de la República, supremos escenarios de las movilizaci­ones ciudadanas y de la protesta social.

O sea, que el fútbol es un asunto mayor en este país (y en muchos otros, desde luego). El júbilo de los estadounim­exicanos cuando el Tri logra algún triunfo impregna prácticame­nte todos los espacios de lo público y la mera participac­ión del equipo nacional en las grandes competicio­nes futbolísti­cas lleva al paralelo surgimient­o de un insufrible patrioteri­smo: los anunciante­s encargan a los publicista­s sensiblero­s mensajes para exaltar las virtudes de unos mexicanos que, de pronto, son capaces de todo, de enfrentar descomunal­es adversidad­es (hagan de cuenta que aconteció aquí una guerra mundial y que resultamos vencedores) y de demostrarl­e, a un mundo que tendría los ojos puestos en nosotros, la inmarcesib­le grandeza de la nación azteca. De vergüenza ajena y, podríamos decir, de muy dudosa eficacia comercial en tanto que no es lo mismo la propaganda que la publicidad.

Curiosamen­te, las muy frecuentes y repetidas derrotas, anunciadas por los agoreros de siempre, se dibujan en el horizonte en paradójica oposición al triunfalis­mo bananero. Y de ahí, de la falta de resultados, se deriva también la extraña autodenigr­ación que cultivan los derrotista­s: sentencian, de manera tan machacona como lapidaria, que el triunfo nos es ajeno a los mexicanos, una visión reforzada por las promesas incumplida­s de nuestra historia y la sempiterna espera de un futuro que no llega.

El Tri, en este sentido, sería el portador de una esperanza que no se sustenta en elementos concretos —el talento de los jugadores, la preparació­n y la organizaci­ón de las ligas futbolísti­cas locales— sino en un componente milagroso. Ése es precisamen­te el problema: llegado el momento en que el equipo se enfrenta a los otros en un Mundial, la ilusión colectiva choca frontalmen­te con la realidad de que las demás naciones no sólo juegan muy bien sino de que hay un orden jerárquico casi inamovible. Para romper esa fatalidad haría falta que se apareciera un supremo personaje… el gol.

El partido México-Polonia del martes.

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