La importancia nacional del gol (y II)
Los goles se celebran en la Columna de la Independencia, ni más ni menos. Podrían festejarse también en el Zócalo o en la Plaza de la República, supremos escenarios de las movilizaciones ciudadanas y de la protesta social.
O sea, que el fútbol es un asunto mayor en este país (y en muchos otros, desde luego). El júbilo de los estadounimexicanos cuando el Tri logra algún triunfo impregna prácticamente todos los espacios de lo público y la mera participación del equipo nacional en las grandes competiciones futbolísticas lleva al paralelo surgimiento de un insufrible patrioterismo: los anunciantes encargan a los publicistas sensibleros mensajes para exaltar las virtudes de unos mexicanos que, de pronto, son capaces de todo, de enfrentar descomunales adversidades (hagan de cuenta que aconteció aquí una guerra mundial y que resultamos vencedores) y de demostrarle, a un mundo que tendría los ojos puestos en nosotros, la inmarcesible grandeza de la nación azteca. De vergüenza ajena y, podríamos decir, de muy dudosa eficacia comercial en tanto que no es lo mismo la propaganda que la publicidad.
Curiosamente, las muy frecuentes y repetidas derrotas, anunciadas por los agoreros de siempre, se dibujan en el horizonte en paradójica oposición al triunfalismo bananero. Y de ahí, de la falta de resultados, se deriva también la extraña autodenigración que cultivan los derrotistas: sentencian, de manera tan machacona como lapidaria, que el triunfo nos es ajeno a los mexicanos, una visión reforzada por las promesas incumplidas de nuestra historia y la sempiterna espera de un futuro que no llega.
El Tri, en este sentido, sería el portador de una esperanza que no se sustenta en elementos concretos —el talento de los jugadores, la preparación y la organización de las ligas futbolísticas locales— sino en un componente milagroso. Ése es precisamente el problema: llegado el momento en que el equipo se enfrenta a los otros en un Mundial, la ilusión colectiva choca frontalmente con la realidad de que las demás naciones no sólo juegan muy bien sino de que hay un orden jerárquico casi inamovible. Para romper esa fatalidad haría falta que se apareciera un supremo personaje… el gol.
El partido México-Polonia del martes.