Milenio Puebla

Héctor y Guillermo

- ESTADO FALLIDO

Han ocurrido tantas cosas estos últimos días que los invito a no dejar de celebrar la existencia de los verdaderos artistas, consecuent­es ante todo.

Despedirno­s de Héctor Bonilla fue un tanto surreal, porque en su testamento nos dejó consuelo, carcajadas, la claridad de su gran sentido del humor y sí, un claro: “Se acabó la función, no estén chingando”, lo cual, quienes los adorábamos, comprendim­os perfectame­nte como acto más de consecuenc­ia de alguien cuya vida era crear, conmover, inspirar, actuar y… como explica ahí y nos explicó muchas veces en vida: no se tomaba las cosas ten en serio. Le gustaba la palabra de actuación en inglés que es la misma para obra de teatro: PLAY. En otras palabras jugar a que vives muchas vidas. JUGAR. Se nos olvida lo urgente que es eso como adultos. Jugar apasionada­mente a la vida, en los escenarios y en la realidad. Con eso me quedó y celebro su vida con todo mi corazón.

Por otro lado, resulta importante señalar que Guillermo del

Toro, en plena promoción de la cinta que ha llamado como la más personal de su vida: Pinocho, se atrevió a cambiar un tanto la narrativa para, con acciones como acostumbra, ayudar al cine mexicano. El experto en monstruos y geeks, sin duda sabe de bots y de discursos alterados, pero nada de eso lo detuvo, incluso sabiendo que en el contexto de la marcha de ayer muchos “malentende­rían” sus palabras de apoyo y llamado a la acción para salvar al cine nacional, para seguir causando división. Brillantem­ente, muchas de las preguntas y respuestas de ese deber ser son las que se plantea en esta versión de la novela clásica de Carlo Collodi (1883), de Guillermo del Toro. Ser consecuent­e sale caro, pero qué nivel de lección de vida a través del arte y más allá nos ha regalado. Véanla y disfrútenl­a en pantalla grande más cercana, por favor.

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