Juego de potencias
El futbol ha sido contradictorio con algunas potencias, en los Estados Unidos intentó hacerse un hueco en los años setenta, pero deporte y mercado no se entendieron. Volvió más tarde, esta vez por el sector amateur, entrando por el aula universitaria donde las chicas, no los chicos, lo convirtieron en el fenómeno que es.
A pesar de ello su selección varonil siempre tuvo representación, cuajó tarde, pero hoy se le mira con respeto y distinción. Ya nadie puede decir que en los Estados Unidos no gusta, no se vende, no se ve, o no se juega un buen futbol.
En Japón sucedió lo contrario, los japoneses descubrieron su fascinación por este juego a principios de los ochenta, pero no existía una oferta que satisficiera su demanda, así que se lanzaron a comprar los derechos de transmisión de las principales Ligas europeas y sudamericanas, e importaron con enorme éxito la extinta y querida Copa Intercontinental pagando millones de dólares con el apoyo Tokio y sus grandes armadoras de automóviles. Después el futbol llegó a sus calles y escuelas con un modelo competitivo, educativo y social, y los japoneses se volvieron tan futboleros como cualquiera.
Donde el futbol aún no cunde es en la gigantesca China: por alguna razón cultural, porque aquello es otro mundo o por algún misterio chino, su selección es diminuta. En la historia del futbol ha existido una enorme contradicción entre el poder económico de potencias como Estados Unidos, Japón o China, y su relación con el deporte más poderoso del mundo.
Esto parece haber acabado: estadunidenses y japoneses dominarán este juego gracias a sus métodos, disciplina y mentalidad, aunque el rancio y costumbrista medio siga pensando que es imposible, que no lo saben jugar.
También pensaban que Italia y Alemania, dueñas de 8 campeonatos mundiales, eran invencibles y ya lo ven: si el mundo cambia, nada impide que cambie el viejo futbol.