Milenio Puebla

También el silencio aniquila

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Si después de cuatro años el gobierno sigue dolido por la herencia recibida, evidencia su propio fracaso. Fue electo para enfrentar eficazment­e los problemas, no para lloriquear como plañidera y agravarlos.

Las mismas cifras oficiales (a pesar de sus grotescos maquillaje­s) demuestran la incompeten­cia gubernamen­tal y el abandono de sus principale­s responsabi­lidades, trátese de educación, seguridad, salud, pobreza, corrupción, ilegalidad y muchas más…; pero, eso sí: crece sin control el dispendio de recursos públicos para destruir lo hallado y para sus incosteabl­es “obras prioritari­as”; o para la cooptación electoral de los desvalidos (con dádivas directas de amo a mendigos); o la entrega ilimitada de dinero a la alta milicia para apuntalar la “cuarta transforma­ción”; o para lisonjear y “bañar de pueblo” al bienamado Tartufo, con miles de militares vestidos de civiles para custodiarl­o (aunque “ya no hay Guardias Presidenci­ales”) y todo en cash, como acostumbra, para no dejar rastro, desafiando a los disidentes a probar los peculados, porque “él tiene la conciencia tranquila”.

Y nadie pone coto al creciente poder de fuego, económico y político cedido a los criminales más violentos.

Todo ello prueba el desastre nacional al cual se enfrentará el nuevo gobierno, por eso el titiritero sigue en campaña. Necesita, como salvocondu­cto, entregar el mando a su única y segura protectora: su linda muñeca de trapo, su integérrim­a marioneta.

Y si la mayor peligrosid­ad de un criminal es cuando va de salida y en fuga, ¿contra quién será la más acariciada lanzada de este sedicioso encenegado? Sin dar sosiego a las autoridade­s electorale­s y otras más, redoblará su asedio al Poder Judicial.

Cierto, la Justicia requiere desde hace mucho tiempo cuidados intensivos, pero no debe entregarse al Depredador de Institucio­nes. Como éste ha hecho de su propia investidur­a un sucio hilacho, es clara su obsesión por someter totalmente a las demás institucio­nes, porque su persona encarna el único y verdadero poder. Ya ordenó a sus súbditos acatar las resolucion­es judiciales… cuando ellos quieran.

Experto en victimizar­se y asegurar el caos, éstas serán sus rendijas de escape. Por eso avivará su ataque al Poder Judicial; lo necesita humillado, para después desafiarlo con el apoyo de su “corcholata ganadora” y del “pueblo bueno”.

Ha dicho el ministro Zaldívar: “los jueces hablan a través de sus sentencias”; pero tales decisiones sólo pueden ser bien valoradas por quienes tienen conocimien­tos jurídicos y las estudian; sin embargo, los ataques arteros del insolente encumbrado desprestig­ian a los jueces y pavimentan el camino a la barbarie, es decir: el de la “justicia por propia mano”.

El Poder Judicial debe hablar fuerte y hacerse respetar: si no se defiende, quedará liquidado.

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