También el silencio aniquila
Si después de cuatro años el gobierno sigue dolido por la herencia recibida, evidencia su propio fracaso. Fue electo para enfrentar eficazmente los problemas, no para lloriquear como plañidera y agravarlos.
Las mismas cifras oficiales (a pesar de sus grotescos maquillajes) demuestran la incompetencia gubernamental y el abandono de sus principales responsabilidades, trátese de educación, seguridad, salud, pobreza, corrupción, ilegalidad y muchas más…; pero, eso sí: crece sin control el dispendio de recursos públicos para destruir lo hallado y para sus incosteables “obras prioritarias”; o para la cooptación electoral de los desvalidos (con dádivas directas de amo a mendigos); o la entrega ilimitada de dinero a la alta milicia para apuntalar la “cuarta transformación”; o para lisonjear y “bañar de pueblo” al bienamado Tartufo, con miles de militares vestidos de civiles para custodiarlo (aunque “ya no hay Guardias Presidenciales”) y todo en cash, como acostumbra, para no dejar rastro, desafiando a los disidentes a probar los peculados, porque “él tiene la conciencia tranquila”.
Y nadie pone coto al creciente poder de fuego, económico y político cedido a los criminales más violentos.
Todo ello prueba el desastre nacional al cual se enfrentará el nuevo gobierno, por eso el titiritero sigue en campaña. Necesita, como salvoconducto, entregar el mando a su única y segura protectora: su linda muñeca de trapo, su integérrima marioneta.
Y si la mayor peligrosidad de un criminal es cuando va de salida y en fuga, ¿contra quién será la más acariciada lanzada de este sedicioso encenegado? Sin dar sosiego a las autoridades electorales y otras más, redoblará su asedio al Poder Judicial.
Cierto, la Justicia requiere desde hace mucho tiempo cuidados intensivos, pero no debe entregarse al Depredador de Instituciones. Como éste ha hecho de su propia investidura un sucio hilacho, es clara su obsesión por someter totalmente a las demás instituciones, porque su persona encarna el único y verdadero poder. Ya ordenó a sus súbditos acatar las resoluciones judiciales… cuando ellos quieran.
Experto en victimizarse y asegurar el caos, éstas serán sus rendijas de escape. Por eso avivará su ataque al Poder Judicial; lo necesita humillado, para después desafiarlo con el apoyo de su “corcholata ganadora” y del “pueblo bueno”.
Ha dicho el ministro Zaldívar: “los jueces hablan a través de sus sentencias”; pero tales decisiones sólo pueden ser bien valoradas por quienes tienen conocimientos jurídicos y las estudian; sin embargo, los ataques arteros del insolente encumbrado desprestigian a los jueces y pavimentan el camino a la barbarie, es decir: el de la “justicia por propia mano”.
El Poder Judicial debe hablar fuerte y hacerse respetar: si no se defiende, quedará liquidado.