Perdonen que no me levante
a prensa internacional ha conmemorado los 40 años de la muerte de Groucho Marx (1890-1977) en recuerdo de una de las mayores obras humorísticas, satíricas, absurdas e inteligentes del siglo XX. “Sus ojos, su garganta, sus labios, todo en usted me recuerda a usted; excepto usted misma, ¿cómo se lo explica usted?”, le dice Groucho Marx a Margaret Dumont mientras la corteja en la primera escena de Una noche en la ópera.
Corría el año de 1935 y los Hermanos Marx conocían el éxito rotundo filmando para la Metro Goldwyn Mayer. En 1937, la Metro produjo otra de las películas más taquilleras de los años 30:
Un día en las carreras. La fama de los Marx tocaba el punto más alto.
El centro del cuarteto era Groucho, su destreza con el lenguaje realzaba el perfil de sus hermanos y su enloquecida capacidad para improvisar convertía el escenario en un manicomio de la burla y la irreverencia: “Bebo para hacer interesantes a los demás”, “Nunca olvido una cara, pero en tu caso haré una excepción”. Mientras actuaba en las películas centrales de la filmografía de los Marx (El conflicto de los Marx, 1930; Plumas de caballo, 1932; Sopa de Pato, 1933; Una noche en la ópera, 1935; y Un día en las carreras, 1937), Groucho escribía guiones, obras de teatro, artículos, ensayos. En la película El conflicto de los Marx, Groucho interpreta el papel de un cazafortunas, el trotamundos Capitán Spaulding improvisaba así: “Amigos míos, les voy a describir ese grandioso, ese maravilloso continente lleno de misterio que es África. África parece ser obra del mismísimo Señor, y por mí puede quedársela”.
En el programa televisivo (1947-1960) se convirtió en un comediante destilado, sereno, dueño de sí mismo aunque también en su propia parodia, en el cómico que le dice a una pareja de recién casados de edad avanzada: “Nunca olvidaré el día de mi boda… en vez de arroz nos tiraron vitaminas”. Al final, la vejez lo obsesionaba: “Cuando un hombre llega a su edad, Bill, a nadie le sorprende que uno comience a caerse a pedazos. Quizá deba cambiar de pegamento”.
Ciertamente Chaplin fue genial; Buster Keaton, el rey del humor impasible, Laurel y Hardy, conmovedores. Yo me quedo con la plenitud del humor moderno de Groucho Marx. Dicen que un día pidió que en la lápida de su tumba se inscribiera este epitafio: “Perdonen que no me levante”.