Esclavos de la Ira
S omos una sociedad enojada. Con la Gente. Con la familia. Con nosotros. Con la infancia y la familia. Con Dios y con la vida. Con los padres que tuvimos y con el niño que fuimos. Hasta con el respirar.
A veces nos levantamos en la neura. Manejamos mal. Apretamos el volante con rabia sin darnos cuenta. Aceleramos como queriendo huir de algo, pero ese algo viaja con nosotros, muy dentro. Es nuestra propia inconformidad; nuestra falta de congruencia. Nuestras ganas de nada. Nuestro coraje por no atrevernos a luchar por los sueños. Y todo ello nos tiene rabiosos. Por eso no cedemos el paso y nos ofendemos de ventanilla a ventanilla.
Contestamos mal, saludamos de mala gana. Cada amanecer es un desfile de quejas y reprimendas, de discusiones banales. Estamos muy enojados. Herimos sin darnos cuenta. Reaccionamos tarde. Amistades se vienen abajo en segundos de ofuscación. Así la ira. Nos controla la vida. Se la entregamos. La voluntad y la racionalidad solo se quedan mirando a los costados. Pobres de nosotros. Siempre enojados. Nos estamos perdiendo la vida.
Sería un acierto preguntarnos de donde viene tanto coraje. Desde cuándo nos divorciamos de la risa fluida y el andar pausado. ¿Qué es lo que no hemos perdonado? ¿Quién sentimos que nos hizo tanto daño? ¿El padre que se marchó? ¿la madre que no iba a los festivales de la primaria? ¿el abuelo que murió y que solo el nos hacía caso? ¿El fardo de nuestras propias equivocaciones que no nos hemos perdonado? Fallas que nadie nos está cobrando... solo nosotros. ¿Y si no hubiera nada que perdonar? ¿Sería posible que viéramos nuestro pasado como parte del rompecabezas? Mucho de lo que somos se cinceló en la adversidad. Y sea cual sea la razón de esa historia dura, lo cierto es que si no nos reconciliamos con ella seguiremos enojados. Y la salud nos está pasando factura. Es muy alto el costo por vivir con la guardia arriba. La ira nos resta años y vitalidad. Nos hace perdernos del paisaje.
Por eso es bueno hacer las paces; con Dios y con la historia. Dejar de regañarnos. Ceder el paso. Sonreír más. Desearnos buen día. Más abrazos. Más besos. Más “te quiero”. No existe mejor terapia para el manejo de la ira.