¿Necesitamos un hombre “fuerte”?
¿Hartos de la política, amables lectores? Pues, malas noticias: es absolutamente forzosa. ¿Desencantados de la democracia? Lo mismo: estamos hablando del peor sistema de gobierno, a excepción de todos los otros. ¿Hastiados de los partidos políticos? Sí, totalmente, pero díganme ustedes entonces cuál es la otra alternativa: ¿un régimen sin elecciones libres en el que los ciudadanos no puedan decidir a quién encargarle el manejo de la cosa pública?
La nostalgia del hombre fuerte que todo lo decide, sin rendirle cuentas a nadie, anida todavía en el ánimo de muchos mexicanos: “No estamos preparados para la democracia”, dicen, al constatar que las antiguas líneas de mando se diluyen en una ensalada de objeciones, discrepancias y desacuerdos formulados, encima, de manera caótica e irrespetuosa.
Donde antes mandaba el soberano sin que se escuchara ninguna voz discordante, resulta que ahora no puede siquiera el presidente de la República asistir al Congreso para informar a los representantes populares sobre sus ejercicios como jefe del Estado mexicano. Pero, este esperpéntico impedimento, profundamente antidemocrático porque no reconoce el equilibrio que debe imperar entre los Poderes de la Unión y desconoce unilateralmente las atribuciones inherentes a la función del titular del Ejecutivo (no es una conquista sino un retroceso porque nuestros prohombres en la Cámaras, movidos por un primitivo revanchismo, no lograron siquiera que el primerísimo responsable de los asuntos de la nación escenificara una auténtica comparecencia para explicar, justificar, validar, demostrar, probar y documentar sus acciones) es percibido por la gente como una muestra de debilidad, una blandura que se trasmuta automáticamente en la condena lapidaria a un sistema en el que, lamentablemente, la antigua majestad de la figura presidencial hubiera perdido lustre.
Y, sí, señoras y señores, el primer mandatario de la nación ya no tiene la facultad de decretar la estatización de la banca (lo que llevó a su posterior extranjerización, miren ustedes), ni de manipular los datos de la inflación, ni de ordenar que el Banco de México se ponga a imprimir alocadamente papel moneda. Nuestra muy imperfecta democracia ha logrado eso, restringir los caprichos y las ocurrencias del cacique.
O sea, que a pesar de todos los pesares, y del oscuro deseo de ser dominados que tienen tantos mexicanos, estamos mejor que antes.