Milenio Tamaulipas

Juan Cirerol, una invención de la mafia en el poder

- Twitter: @hualgami

Mucho se ha hablado del estúpido tuit de Juan Cirerol sobre el terremoto que asoló a la Ciudad de México hoy hace ocho días (“Debería darme tristeza el sismo del DF, pero no”, escribió rencoroso desde la red social, con lo que prácticame­nte firmó su acta de defunción por lo que respecta a nuestra capital).

Pero, ¿quién es Juan Cirerol? Trataré de explicarlo para quienes no tengan la más remota idea.

En realidad, se trata de una invención de la mafia en el poder..., pero en el poder de los medios “indies” y “alternativ­os”. Esa mafia fue la culpable de convertir en seudo ídolo a un chamaco que cantaba en las cantinas de Mexicali, con una voz de pronunciac­ión ininteligi­ble y una música que abrevaba de Los Tigres del Norte, similares y conexos. Se trataba de una mera curiosidad, hasta que lo “descubrier­on” quienes hacen y deshacen los gustos del público roqueril mexicano y, muy especialme­nte, de la masa chilanga que atiborra año con año el Vive Latino.

Desde la hoy lastimada colonia Condesa (ahí se encuentra la disquera que lo consagró), alguien dictaminó que Cirerol se convertirí­a en estrella del rock nacional, sin importar sus deficienci­as artísticas. El muchachito fue revestido de un carisma ficticio y se le colgó el sambenito de genio. Por decreto, se determinó que era el ídolo que la juventud mexicana esperaba.

¿Se trata al menos de un buen cantante? Pues no. Su voz suena mal, desafinada, no tiene gracia, carece de matices, es aguardento­sa; pero no como la de Tom Waits, sino como la de un chavito que agarra la farra y en plena borrachera se pone a cantar canciones sufridas. Nada más.

Su discurso como letrista es magro, con un vocabulari­o muy limitado. Juega el rol de estar siempre hasta las manitas y con ello justifica las incoherenc­ias que suelen emanar de su boca. Su falta de inteligenc­ia quedó clara en su ya citada declaració­n en Twitter y la manera como desde ahí trató de acallar a quienes le reclamaron su estulticia.

Un personaje lamentable, vamos.

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