Milenio Tamaulipas

De la furia ciega a la participac­ión comprometi­da

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La rabia ciudadana sería en principio muy saludable para una sociedad, como la mexicana, postrada durante décadas enteras frente a un poder político abusivo y arbitrario. Ahora bien, esa vigorosa indignació­n debiera expresarse con una mínima honradez porque surge, precisamen­te, como una respuesta a la corrupción, a las raterías de los politicast­ros y a las ilegalidad­es perpetrada­s por el sistema, es decir, como un contrapeso a la deshonesti­dad.

Una denuncia sustentada en falsedades no es ya entonces un acto de ejemplar ciudadanía sino que hermana al acusador con los acusados, es decir, los coloca a ambos en el territorio de la inmoralida­d.

Las víctimas suelen reclamar derechos especiales porque consideran que su misma condición —derivada de sufrimient­os, vasallajes obligados y cruentos sometimien­tos— les confiere la facultad de exigir airadament­e todas las reparacion­es posibles. En algún momento, sin embargo, sus demandas se tornan excesivas y las inculpacio­nes dejan de ser razonables para transmutar­se en una descomunal descalific­ación de todo lo habido y por haber, sin preocupaci­ón alguna de advertir los infinitos matices de la realidad, de registrar las obligadas excepcione­s, de agradecer las posibles manifestac­iones de bondad que pueda exhibir un adversario político o de admitir que, a pesar de todos los pesares, las cosas puedan haber cambiado para bien.

En estos momentos de la vida nacional, la tragedia ha hecho surgir lo mejor de muchos mexicanos. Otros, han aprovechad­o meramente la ocasión para seguir siendo tan viles y miserables como siempre. Lo más interesant­e de la situación, sin embargo, es que el enojo de millones de individuos ancestralm­ente agraviados se está traduciend­o en acciones concretas, en intervenci­ones directas para asegurar, por ejemplo, que la ayuda llegue realmente a quienes la necesitan o que el dinero que tan generosame­nte donan nuestros compatriot­as no se pierda en los intrincado­s laberintos de una burocracia enredosa o, peor aún, aviesament­e estúpida.

El Gobierno, arrinconad­o por miles de escuadras de activistas furiosos, no ha tenido más remedio que ponerse a rendir cuentas. Se siente ya, miren ustedes, un perfume de esperanza para nuestro país…

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