La guerra en juego
La teoría de monsieur Verdoux, según Chaplin, es que la guerra otorga grandeza, pues si matas a un hombre eres un asesino, pero si matas a miles, eres un héroe
Contadme la historia de un soldado de infantería y sabré la historia de todas las guerras” (dijo un autor inolvidable… cuyo nombre he olvidado), y eso vale para todas las guerras al modo clásico, es decir, de antes de las armas nucleares, que no necesitan soldados, por lo que tanto progreso humanitarista se les debe. Y el modo clásico consistía en estrategia y táctica, matanza y teatro, himnos y ayes, estruendo y trompeteos, desfiles y tumbas, además echar del ronco pecho mucho patriotismo y frases nobles. Pero siempre, sea clásica o no, y si la miramos en una perspectiva intelectual, la guerra también es, según la fórmula de Carl von Clausewitz, la continuación de la diplomacia por otros medios… (o tal vez Carl, en lugar de la diplomacia, dijo el comercio). De todo eso hay un poco en este racimo de minicuentos y una proposición de ensayo. La música Tuvo que suspenderse la batalla porque con tantos tiros no podía escucharse bien la música que tocaban las bandas militares. Álvaro de Albornoz y Salas Tres camaradas Un joven soldado, convaleciente de una herida, ha estado por horas en la taberna de Londres, digamos la de Smith, sentado solo ante un intacto vaso de cerveza, y mira la calle a través del ventanal.
El tabernero se acerca y pregunta si hay algún problema.
—No, ¿por qué? —responde el soldado. —Es que lleva usted horas aquí, sin tomarse la cerveza.
—Ah, eso —sonríe el soldado—. Es que, mire usted, los muchachos de mi regimiento, mis amigos Tom y Harry, me decían que cuando tuvieran una licencia y vinieran a Londres, nada les gustaría más que estar en la taberna de Smith, sentados, viendo pasar la tarde frente a un buen vaso de cerveza. Ellos murieron en combate. Y, ahora que tengo licencia por mi herida, estoy haciendo lo que voy a hacer durante unos días, lo que mis camaradas tanto decían desear: estar sentado en la taberna de Smith ante un buen vaso de cerveza y mirando la calle por el ventanal.
—La cerveza ya no está fría —dice el tabernero, conmovido—. Déjeme traerle otra, yo se la invito.
—Por favor, no se moleste —vuelve a sonreír el soldado—. ¿Le digo una cosa? No me gusta la cerveza. Silvestre Lanza El premio Tras haber matado a tres soldados enemigos con tres disparos de fusil, quedó relativamente sorprendido al ver a un oficial contrario acercársele ceremoniosamente para entregarle un osito de peluche adornado con un lacito rosa.
Jacques Sternberg El rostro último Al Mahdi sitiaba con sus tropas a Khartum, ciudad que era defendida por el general Gordon. Hubo enemigos que se pasaron a la ciudad sitiada. Gordon los recibía uno por uno y los invitaba a mirarse en un espejo. Le parecía justo que un hombre supiera cómo era su cara antes de morir.
Fergus Nicholson Tras la victoria El general, en uniforme ceremonial, se dedica durante horas a condecorar al cabo mayor victorioso, que hincha el pecho. Le pone medallas por aquí, medallas por allá, una verdadera quincallería. Cae la noche y aún no ha logrado cubrirlo totalmente de medallas. Dino Buzzati Trinchera En el frente, en 1917. Bismark, en visita de inspección, se dirige a un soldado raso que hace guardia en la trinchera, y le pregunta, refiriéndose al campo enemigo:
—¿Qué hay en el otro lado?
Mientras carga su pipa, el soldado responde, encogiéndose de hombros:
—En el otro lado hay los otros imbéciles. Anónimo El partido y el vals Al cabo de nueve años de guerra se acordó una tregua que un día reunió a los combatientes de ambos bandos en un juego de futbol entre enemigos temporalmente amigos por común espíritu deportivo y por ansias de paz de los dos pueblos en el conflicto. Tras el juego se dio una comilona con postre de dos pasteles según el gusto de cada grupo contendiente, más café, coñac y un vals con las más bonitas enfermeras de ambos ejércitos. Todo fue de maravilla, pero durante el vals un soldado chistoso, aunque de ánimo equitativo, ponía traviesas zancadillas a los otros bailarines sin importarle de qué bando eran. Hubo conato de riña entre los danzantes, intervinieron los oficiales y los embajadores discutieron, comenzaron las groserías y los bofetones… y se iniciaron otros nueve años de guerra.
José de la Colina Visita Salón inglés. Lord y lady toman five o’clock tea. Balancéanse de pronto arañas de luz. Muebles y tacitas tiemblan. Cucharillas tintinean dentro de tacitas. Retrato colgado sobre chimenea se ladea. Suena gigantesco bordoneo, luego explosión no distante. Asombro, confusión, miedo, etcétera. Y mayordomo entra, se inclina, anuncia con la serena profesional voz de anunciar que la cena está servida:
—Milady, milord: la Segunda Guerra Mundial.
Novel Blanco Proposición de ensayo Lector, quizá estas anécdotas te tienten a desarrollar la teoría de monsieur Verdoux, según Charles Chaplin, de que la guerra otorga grandeza, pues si matas a un hombre eres un asesino, pero si matas a miles, eres un héroe.