Milenio Tamaulipas

Propósito de Año Nuevo

- NICOLÁS ALVARADO

Hace dos noches, mientras buscaba en vano en la radio la transmisió­n de las campanadas de año nuevo, me topé con una sorpresa: un spot de buenos deseos para 2018 con la voz de un precandida­to, la firma de su partido y la leyenda de que el mensaje estaba dirigido al órgano de dicho partido al que compete la elección de los candidatos. (Por tanto no a mí, ni tampoco —presupongo— a la mayoría de los escuchas). La sorpresa fue desagradab­le para quienes estábamos reunidos en casa, e infiero que así resultó también en otros hogares entregados a la misma sintonía: había en ella algo de irrupción obscena no sólo de lo público en lo privado sino de lo desagradab­le (la política, los políticos, lo político) en un momento entrañable.

Habitado por esa reacción, más bien visceral, recordé de súbito una práctica, más bien automática, que acostumbra­ba en vida de mi padre: si no negar su oficio, cuando menos identifica­rlo con un ad latere o un eufemismo. “¿Y qué hace tu papá?”, me preguntaba alguien, y yo respondía que era abogado, escritor o, ya en un arranque de sinceridad culpígena, que se dedicaba “a la administra­ción pública”. Todo lo cual era verdad —mi padre estudió Derecho, publicó libros y trabajó en numerosas institucio­nes— pero también suponía un circunloqu­io para ocultar que mi padre era político. ¿Cómo definir de otro modo a alguien que fue tres veces legislador y un secretario de Estado?

Lo que es más, fue un creador de institucio­nes y de leyes, un dialogante, y un hombre honorable. Un buen político. Como muchos, de muchos partidos, a los que tuve el privilegio de conocer. Como Lenin o Roosevelt o Churchill, como Léon Blum, Adlai Stevenson o Willy Brandt. Como Obama o Macron.

Si el spot me llevó a esa reflexión es porque en el México de hoy “buen político” se antoja un oxímoron, lo que me entristece. Sirva este voto para que nuestros políticos se hagan el propósito de año nuevo de estar a la altura de su misión, para recordarno­s a todos que, en todo tiempo y lugar, la clase política no tiene sino la altura moral de los ciudadanos.

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