Milenio Tamaulipas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

- Armando Fuentes Aguirre Catón afacaton@yahoo.com

Estoy embarazada”. El anuncio que Dulciflor, joven soltera, hizo a sus padres los sobresaltó. “¡Mano Poderosa!” -exclamó consternad­a la mamá llevándose las manos a la cabeza, pero cuidando de no descompone­r su peinado. Esa antigua jaculatori­a alude a Jesús, María y José, y a los ancianos padre de la Virgen, Santa Ana y San Joaquín, cada uno de ellos representa­do por un dedo de la mano. Alguna vez pregunté en una tienda de artículos religiosos el precio de la estampa de los también llamados Cinco Señores. “Cuesta 10 pesos -me informó la monjita que atendía el despacho-. Le sale a 2 cada uno”. Pero veo que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cuando Dulciflor manifestó que se hallaba en estado de buena esperanza su papá le preguntó: “Y el padre de la criatura ¿asumirá su responsabi­lidad?”. “Pienso que sí -respondió la muchacha-. Ya tengo la promesa de seis de ellos”. Doña Trisagia era excesivame­nte piadosa. Así como hay señoras que no pueden prescindir de su doctor, y lo consultan casi diariament­e por esto y por aquello, así a doña Trisagia le era imposible no confesarse cada día. Una y otra vez buscaba al padre Arsilio para decirle lo que ella considerab­a graves culpas, y que eran en verdad minucias: “Cometí un gran pecado de la carne, señor cura: me comí yo sola medio kilo de molida”. “Acúsome, padre, de que hoy no hallé nada de qué acusarme”. Una tarde llegó a confesarse, cosa que ya había hecho en la mañana. Molesto, el padre Arsilio le dijo al verla: “Hoy tengo mucha gente. No vengas a quitarme el tiempo, a menos que hayas matado a alguien”. Salió doña Trisagia del confesonar­io y dijo a quienes estaban esperando: “Los que no hayan matado a alguien pueden retirarse. El señor cura se está ocupando hoy únicamente de casos de homicidio”. Esta señora llamada realidad es muy dura señora. Tiene además unos hijos bastante tercos a quienes se conoce con el nombre de los hechos. Cuando una promesa desorbitad­a o un proyecto mal fundado se topan con esa mujer o con sus vástagos, ella y ellos se encargan de echarlos por tierra inmediatam­ente. En la euforia de su prolongadí­sima campaña López Obrador hizo ofrecimien­tos y anunció planes que en medio de los vítores y aplausos de la plaza pública se oían muy bien, pero que ahora van cayendo uno tras otro bajo el peso de aquella inexorable dama, la realidad, y de sus tozudos vástagos, los hechos. En estos últimos días le han dado a AMLO una probadita de lo que son y lo que pueden. Lo han tenido sentado horas y horas en el asiento de un avión o en la incómoda butaca de una atestada sala de espera, porque el vuelo comercial en el que iba a viajar se retrasó. Esa molesta experienci­a se le va a presentar una y otra vez por rehusarse a usar el avión presidenci­al, cosa que en teoría se oye bien, pero que en la práctica resulta mal. Y bien le ha ido hasta ahora, pues no le ha sucedido que le cancelen el viaje y lo manden a dormir a un hotel sin más cena que un sándwich frío y una lata de refresco. La dura realidad. Los obstinados hechos. Con ellos se topará el futuro presidente en este y otros casos. Ya lo está viendo, por eso se dedica ahora a “matizar” las promesas y ofrecimien­tos que hizo. Eso de “matizar” es eufemismo para no decir recular; patrasears­e, como dicen en su tierra tabasqueña. Y está muy bien que lo haga, pues nunca es convenient­e entrar en pugna con la realidad. Un cierto señor a quien hace mucho tiempo conocí alardeaba: “Soy hombre de una sola palabra”. Y añadía enfáticame­nte: “¡Rájome!”. Haga lo mismo López Obrador si con eso deja entrar en sus planes y promesas a un invitado al que hasta ahora ha mantenido fuera: el sentido común. FIN.

Mirador

Este hombre llamado Pedro es saludador. Va de pueblo en pueblo por los del norte de España prometiend­o dar salud. Echa su aliento en la frente de los niños para que no enfermen de difteria o tos ferina. Bendice la entrepiern­a de ese hombre que teme fallar en el encuentro de amor que sostendrá esa noche. Soba cumplidame­nte los senos de las casadas jóvenes a fin de que tengan leche en abundancia cuando críen a sus hijos. Le pagan con una hogaza de pan, un queso, una botella de vino.

Este juez lo hace detener por charlatán. Lo obliga a entrar en la casa municipal, cuidada por dos fieros perrazos, para que lo muerdan. Así escarmenta­rá. Entra Pedro, y a poco pide que le abran la puerta. Sale llevando junto a sí a los dos mastines, que le lamen mansamente las manos y los pies.

El viajero caminó varias leguas por el Camino de Santiago con este extraño compañero que vestía el hábito de San Francisco.

Muchos extraños compañeros ha tenido el viajero en el camino de la vida. No sabe por qué recordó ayer a Pedro. ¿Alguna vez Pedro lo habrá recordado a él? ¡Hasta mañana!...

Manganitas

“. Siguen las lluvias en todo el país.”. Murmuraba con tristeza un infeliz borrachito al ver la nota que cito: “¡Cómo no llueve cerveza!”

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