México no es Brasil, pero…
Este fin de semana se llevó a cabo la primera vuelta de elecciones presidenciales en Brasil. Jair Bolsonaro, candidato de extrema derecha, se quedó a unos cuantos puntos porcentuales de hacerse con la victoria y evitar una segunda vuelta, que se disputará el 28 de octubre.
Para quienes han seguido la campaña de cerca, la probable victoria de Bolsonaro no es sorpresiva: Luiz Inácio Lula da Silva, ex presidente y político más popular del país, está en la cárcel. Los partidos y el sistema atraviesan su punto más bajo desde el fin de la dictadura hace tres décadas. El presidente actual, Michel Temer, goza de menos de 10 por ciento de aprobación. Éstos y otros factores tienen a un protofascista al borde del triunfo en la democracia más grande de América Latina.
En México, como en el resto del continente, la irrupción de Bolsonaro ha encendido los focos rojos. No solo por lo que una presidencia de ultraderecha significaría para Brasil y para el balance de poder regional, sino por el ejemplo que puede llegar a imponer.
De ganar Bolsonaro, Brasil se uniría a una nueva tendencia de gobiernos que abiertamente se identifican como iliberales: Polonia, Hungría y Filipinas, por ejemplo. Estados Unidos, bajo Donald Trump, inicia ese camino. Gobiernos que atacan a las minorías, que limitan a la prensa, que eliminan contrapesos judiciales, entre otras cosas.
Nuestro país no es Brasil, eso es obvio. El contexto político es distinto, la situación económica también. Allá, a diferencia de aquí, la corrupción se ha intentado castigar —más de 200 personas han sido investigadas en la famosa Operación Lava Jato—.
No podemos decir que lo que ocurra en ese país necesariamente sucederá acá. Pero en México está por iniciar un nuevo gobierno, uno en el que más de la mitad del electorado ha depositado su confianza, algo que no había sucedido en este siglo. En caso de fracasar, la puerta quedaría abierta para una propuesta radical como la de Bolsonaro, que germinó en el hartazgo de los ciudadanos brasileños.