Alonso y Moreno: por una mejor discusión pública
No habían pasado ni minutos de la confirmación de la muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Érika Alonso, y de su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, cuando las redes sociales pululaban con teorías de conspiración, insultos, celebraciones y ataques políticos.
Nada nuevo, dirán algunos. Las redes sociales para eso sirven: para sacar lo peor y solo a veces lo mejor de algunos; para publicar lo inmediato, lo visceral; para conseguir reacciones, amplificaciones y algún tipo de validación sobre lo que opinamos. Para obtener adeptos a través del shock, de la ironía, del chiste o de la acusación escandalosa. Sin embargo, dentro de esas redes están quienes dirigen la conversación pública: periodistas, políticos, celebridades y los así llamados influencers, aquellos que mueven a miles de personas en esos espacios y cuyas reacciones repercuten en otros ámbitos. Quiéralounoonoenesarealidad se maneja el mundo hoy.
Tanesasíqueelpropio Presidente, quien no lleva sus redes sociales pero por lo visto está enterado de lo que sucede en ellas, llamó "neofascistas"aungrupodeusuarios,ylosacusó de ser el motivo por el cual no acudió a la ceremonia luctuosa de Alonso y Moreno Valle el día de Navidad.
Tenga razón o no López Obrador sobre el neofascismo –imposible saberlo porque no dijo a quién se refería cuando utilizó el calificativo–, el nivel de la conversación pública mexicana –incluyéndolo a él– está por los suelos.
Mejor que nada, dirán quienes vivieron en la época en la que ni conversación había, pero eso no exime el bajo estado actual.
La primera reacción de un político ante la muerte de un oponente no debe ser alegría o provecho electoral, debe ser prudencia.Laprimerareaccióndeunperiodista no puede ser especulación, debe ser investigación y búsquedadehechos.Ladel Presidente no puede ser descalificación, debe ser templanza y estatura moral para guiar a un país tras la tragedia.
El Presidente no puede descalificar, debe tener estatura moral
En estos días, salvo ciertas excepciones, ninguno se ha comportado a la altura.
Si de algo ha de servir la muerte de dos servidores públicos –hayan sido quienes hayan sido–, que sea para mejorar nuestra conversación pública. Los tiempos y la democracia así lo exigen.