Milenio Tamaulipas

Miss Mundo. Una lucha por la niñez indígena migrante

“No gané un contrato millonario, sino un año de voluntaria­do”: Vanessa Ponce, primera mexicana en ostentar la corona a la belleza mundial

- EDUARDO GUTIÉRREZ SEGURA

Vanessa Ponce de León entró al salón del hotel Presidente Interconti­nental regia, con la corona azul (un diseño que data de 1972), ya que como es mandato no se la puede quitar en ningún evento público, salvo que quisiera que los organizado­res creyeran que no se toma en serio su papel como Miss Mundo, lo que no es así, ya que ella es la primera mexicana en ostentar el título.

Ponce, tranquila, sabedora de que “hizo la chamba”, como resaltó más tarde en entrevista con M2, dio muestra de su nivel de preparació­n. La graduada en comercio internacio­nal y con un diplomado en derechos humanos, aceptó que este triunfo histórico tiene un significad­o más allá de la política o de las opiniones de los detractore­s.

“Mi trabajo con las fundacione­s ahora se puede magnificar con esta nueva corona que es un micrófono gigante”, expresó Ponce, quien desde hace tres años trabaja con distintas organizaci­ones sin fines de lucro, aunque fue gracias a su labor con el Centro de Desarrollo Indígena Loyola (CDIL) que alcanzó su pase para representa­r al país en Miss Mundo.

Sus ojos se tornan lacrimosos cuando rememora ese momento en el que decidió que su futuro estaría ligado a velar por la niñez indígena migrante: “Me invitaron a este proyecto que se llama Na'valí, que significa niño en mixteco; cuando conoces a las familias se vuelven como la tuya, fui al campo, compartí su situación, me partió el alma y decidí quedarme.

“Lo más difícil fue la primera semana que estuve ahí, había un niño de cuatro años que no lo veíamos jugar y no entendía por qué; me acerqué a abrazarlo porque no quería comer, se recostó y sentí mojado mi brazo, cuando lo volteé le estaba saliendo pus del oído, no sabía si llevarlo al hospital”, contó Ponce.

Entonces descubrió que el pequeño tampoco ponía atención a sus clases, “porque estaba enfermo”, en ese instante, recordó Ponce, “comprendí que ningún niño puede aprender enfermo o con el estómago vacío; antes de que la educación sea una prioridad, la salud lo es, ahí decidí involucrar­me más”.

Su triunfo en Miss Mundo le permitirá dedicarse de lleno durante un año más a ayudar a estas niñas y niños que acompañan a sus padres, primero a Guanajuato entre mayo y agosto durante la pizca de chile, para después partir a otros estados, por lo que “no tienen un lugar estable ni la sensación de un hogar, no pueden seguir sus estudios viajando a través del país”, argumentó.

Así, bajo el manto de su reinado de belleza podrá “expandir la ayuda a todos los niños de México que lo necesitan y eso tratamos de lograrlo a través de Miss Mundo, que cualquier niño tenga la oportunida­d de educarse… Estoy aquí para ayudarlos y para poner a México en alto en cada lugar del planeta. No soy el fin, sino el instrument­o”, aseguró la mexicana.

Graduada en comercio internacio­nal y con diplomado en derechos humanos

La filosofía con la que Ponce se ha regido es loable: “No seremos distraídos por la comparació­n si somos cautivados por el propósito”. Con ello siempre en mente, durante todo un mes que compitió en Sanya, China, pensó “veo que estoy aquí por una meta, sigo derecho y no me quito sin importar quién esté ahí, todas las chicas son maravillos­as y merecían ganar pero nos tocó este año a nosotros”.

Con una amplia sonrisa, Vanessa Ponce, nacida en Ciudad de México, dejó en claro: “No me gané la portada ni el contrato millonario, sino un año de voluntaria­do alrededor del mundo (…) Es mi sueño viajar por el mundo, ayudar a la gente y que te paguen es el trabajo de mi vida”.

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ALFONSO MANZANO Asegura que el cetro que porta es también un micrófono gigante.

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