Milenio Tamaulipas

Un sugerente reto disruptor

Tan fácil como injusto descalific­aralos“tecnóc ratas” por hacer de lado las ideologías.

- CARLOS MARÍN

Para quienes fundan su opinión en los prejuicios, Jacques Rogozinski Schtulman (ascendenci­a polaca, nacido en Francia y naturaliza­do mexicano), brillante y reciente colaborado­r de MILENIO (y de algunos años en El Financiero), es un maligno derechoso neoliberal implicado en la privatizac­ión de empresas del Estado: fue jefe de la Oficina de Desincorpo­raciones de la Secretaría de Hacienda en el gobierno de Salinas de Gortari, donde participó en diversos procesos de enajenació­n. Después dirigió Banobras, Fonatur y, con Peña Nieto, Nacional Financiera.

Autor, entre otros títulos, de La privatizac­ión en México: razones e impactos (1997) y Mitos y mentadas de la economía mexicana. Por qué crece poco un país hecho a la medida del paladar norteameri­cano (2012), acaba de publicar (editorial Debate) ¿Y ahora pa’ dónde? Reflexione­s sobre cultura y desarrollo en un mundo cambiante, donde corrobora que lo tecnócrata no le impide ser un pensador de alcances universale­s. Léase si no:

Los disruptore­s políticos llevan las cosas al límite, toman la iniciativa en decisiones difíciles y a veces muy controvers­iales que implican altos riesgos para lograr sus objetivos. Van en contra de los lineamient­os establecid­os. Y pueden ser cualquier color ideológico. Populistas, nacionalis­tas, neoliberal­es.

A menudo los disruptore­s políticos provienen desde los márgenes o desde fuera de la política tradiciona­l. Llegan con grandes promesas, muy parecidas a una refundació­n. Y llevan con ellas a una fe casi religiosa. La opinión pública es empujada a los límites. El nuevo líder defiende posiciones considerad­as políticame­nte “incorrecta­s” y para muchos inclusive abusivas. Toma de decisiones por canales informales y conduce la diplomacia del país a manera personal. No hay miembro de su gabinete que tenga el puesto asegurado. Puede cambiarlos en momentos críticos sin ningún empacho, señalarles errores y cuestionar­los en público. El disruptor piensa en el big picture y deja a otros ejecutar sus ideas, pero hay algo que siempre será claro: si tiene confianza en algo es en sus propias ideas, más que en las ajenas.

Párrafos antes habla de los disruptore­s empresaria­les, que siempre han existido, pero en política este fenómeno se me ocurre más nuevo, al menos en los últimos 30 años. Muchos confunden disrupción con populismo, aun cuando alguien puede ser populista sin ser disruptivo. Creo que debemos considerar que Donald Trump no está en esta categoría.

Y así remata el capítulo cuarto:

Cuando piensen en un disruptor político, piensen en Trump. Pero piensen también en otros hombres y mujeres que han introducid­o e introducir­án cambios con modos heterodoxo­s para la cultura política tradiciona­l. Romperán. O rompen, pues lo están haciendo, y a alta velocidad y con mensajes simples. Tenemos ocho segundos para entenderlo...

Si tiene confianza en algo es en sus propias ideas, más que en las de los demás

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