Milenio Tamaulipas

Nos urge el

- SUSANA MOSCATEL susana.moscatel@milenio.com

que es eso aunado a la actuación de una Itatí Cantoral que está absolutame­nte sublime construyen­do al mismo tiempo que está recreando?

¿Sabes lo que vale lo que hiciste cuando en cada capítulo de esta joya hay una enorme cantidad de estrellas internacio­nales haciendo aparicione­s especiales? ¿Entiendes la magnitud de este trabajo cuando la edición está bordada a mano y te diste el lujo de invertir, como ya nadie lo hace, en conseguir los derechos de mucha de la mejor música mexicana de todos los tiempos para que el público vibrara de principio a fin?

Yo no sé si esto vaya a ser un éxito o un fracaso, pero quien se lo pierda estará cometiendo un error porque Silvia Pinal, frente a ti es un orgullo no solo para Televisa, para toda la industria de la televisión nacional. ¿Ahora captas cuando te digo que se trata de un acontecimi­ento? Gracias, Carla. De veras. Gracias por atreverte. Gracias por luchar. Cada noche de desvelo, cada lágrima, ha valido la pena. Ésta es tu obra maestra. ¡Felicidade­s! Con todo mi cariño, admiración y respeto, Álvaro Cueva.

Esta semana entre los escándalos de quien ofendió a Yalitza, de que si Silvia Pinal, de frente a ti tendrá más rating que el Oscar, que si buscamos quién diga la siguiente cosa controvert­ida para acabar con él o con ella y lo que se les ocurra, no se comentó lo suficiente algo fantástico que va a ocurrir en el teatro mexicano.

Es un hecho que la mayoría de los grandes productore­s de teatro en nuestro país están convencido­s, así como lo estaba Manolo Fábregas, de que en las puestas en escena que toquen las susceptibi­lidades religiosas de nuestro país o incluso “las buenas conciencia­s” (sea lo que sea eso) se tienen que suavizar un poco para que el público aguante. Y quien les escribe siempre se ha peleado con todo lo que tiene para decirles que no debe ser así.

Es verdad, por ejemplo, que aunque a Billy Elliot se le tuvo que quitar más de 80 por ciento de las groserías que decían los niños (hijos de mineros, en Inglaterra del Norte en los años ochenta, imaginen como hablaban), aun así la gente se quejaba. Pero eso sí, un doble sentido,unmegaalbu­renelcanal­máspopular­delatelevi­sión abierta en horario familiar no molesta a cualquiera. Y le entramos con frenesí y alegría a la era de lo políticame­nte correcto, en muchos casos, no para proteger a nadie, sino como si estuviéram­os sacando un permiso para matar. En efecto, los 007 de las palabras y los contextos incomprend­idos.

Por eso, que llegue, aunque por ahora solo sea la compañía de gira y en inglés, la obra más prosaica, grosera, implacable, despiadada y divertida del mundo me parece una bendición. Una que muchos no dirían nunca en la puesta en escena porque es una franca y desmedida burla a la religión. Y un poco al Rey León también. Pero mucho, mucho más a la religión. Sí, los mormones son las presas del humor de Trey Parker y Matt Stone. ¿Les suena? ¡Claro! Ellos hacen South Park. Pero la música es de Robert Lopez. ¿Quién? El que escribió gran parte de la música de Frozen. No hay desperdici­o. Pero sí hay que tener, o cierto sentido del humor y la inteligenc­ia de saber que la burla es para TODAS las religiones organizada­s, o simplement­e reír de todo. Y señores, les puedo decir sin la menor duda que jamás he reído tanto con una obra, musical o no.

Ofender a las “buenas conciencia­s” no le preocupa a los creadores, quienes desde 2011 no dejan de vender boletos por todo el mundo. Tal vez hasta se decepciona­ron cuando la comunidad mormona en Utah dijo: “Es comedia. No estamos ofendidos. Ustedes sigan˝, demostrand­o que sí son tan amables como aparecen (en extremo) en la obra.

Una vez dicho todo esto, creo que Book of Mormon es exactament­e lo que necesitamo­s para alivianarn­os un poco. La risa no está prohibida en ninguna religión, pero nos encanta encontrar de qué ofendernos. Aquí hay de qué. De sobra. Y de pronto, tal vez a la mitad, uno se da cuenta de que no hay que tomarse las cosas tan en serio. Nos urge. Salvemos, al menos, a la comedia de nosotros mismos (Noviembre, CC1).

Ofender a las “buenas conciencia­s” no es algo que les preocupe a los creadores de la obra

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