El uso de la incertidumbre
De alguna forma logramos disociar ciertas ideas de sus efectos en la vida política de México. Se ha despojado a la preocupación de sus atributos para ocuparnos de las formas previamente despojadas de fondos. De lo menos trascendente a los refugios para mujeres víctimas de violencia, la insistencia en certezas livianas se transforma en el gobierno de las incertidumbres.
El análisis se esteriliza en lo ambiguo, lo confuso y momentáneo de los anuncios en Palacio Nacional o el Congreso, más que en el resultado final de esos anuncios. La respuesta defensiva y recurrente, en muchos casos sin quererlo, en otros con plena conciencia, adivina un posible desprecio a la lógica llana. Es válido el reclamo de tiempo para los resultados del discurso, pero se escuda con excesos en la evidente distancia entre un anuncio y sus frutos. Delinea una ruta simultánea: el rechazo a la posibilidad de prever algunos efectos como quien niega que un vaso de cristal muy frágil se romperá al caer a un suelo de piedra. Se pide esperar a que caiga, tal vez aterrice sin problemas, incluso lleno de una bebida. Nadie puede afirmar lo contrario. Aún no cae, solo se ha amenazado con darle una palmada.
La misma estrategia cada semana. En un país como éste, no es difícil encon- trar problemas a los que arrojarles soluciones. Para cualquier nivel de gobierno se antoja ocioso explicarlas. Pensar en aristas es signo de antipatía que contradice el espíritu de felicidad. Aparecen nuevos conflictos al querer remediar los previos. Donde la incertidumbre es reina, el pensamiento es reducido a mera especulación.
Advertencia de una medida de dimensiones dudosas, más tarde un cambio de ruta olvidará la zozobra. Departamentos de lujo construidos por militares, la iniciativa de un legislador para amedrentar calificadoras financieras, reestructuración del Fonca, ambigüedades sobre los refugios para mujeres violentadas. Aquelarre a su punto máximo. Ya no se debate el hecho, lo hacemos acerca de la declaratoria incontenible sobre él. El punto de mayor tensión se beneficia de una tarde o un fin de semana. Cada anuncio se ha vuelto un universo de planteamientos que deberán descartarse antes del medio día en que fueron publicados. La discusión diaria se alimenta de aspectos que expiran a la conferencia de prensa siguiente, cuando el escándalo se diluye en el intento por regresar a un sendero de aparente tranquilidad. El agotamiento de la conversación ya la ha llevado a otro lugar que repite el esquema, y no ve con gusto el escepticismo a los detalles que relacionan a una solución con la realidad.
No es debatir lo polémico, aquí se construye lo polémico para que toda discusión se desgaste en lo efímero que se dice sin la menor precaución. Frivolizamos el debate democrático al punto en que su mayor logro es la renuncia a la insensatez que jamás debió presentarse. El desarrollo inmobiliario del Ejército ya no será más, tampoco la limitación a las calificadoras de riesgo, o lo que se sume a la lista. Nos relajamos al evitar aquello que siempre fue gratuidad.
La vida política del país se va en el tránsito de las incertidumbres amplificadas entre una declaración, y la incertidumbre generada al atajarla.