“Es fundamental evitar que las expresiones de odio se incorporen al lenguaje habitual”
La masacre de El Paso fue llevada a cabo por un supremacista blanco, que minutos antes del ataque publicó en sus redes sociales un manifiesto en el que explicó sus motivos racistas. El documento hace eco de un discurso que ha venido ganando terreno en Estados Unidos, alentado por los medios de comunicación conservadores y legitimado desde el poder: la idea de que los inmigrantes mexicanos y centroamericanos están llevando a cabo una verdadera invasión a la que es legítimo poner alto, pues de lo contrario habrá un gran reemplazo étnico y cultural en ese país.
El caldo de cultivo para la instalación de este discurso en la conversación pública se encuentra en la crisis social y económica de ciertos sectores, cuya situación los hace receptivos a mensajes simplistas y reiterativos, que se diseminan rápidamente a través de las redes sociales, las cuales garantizan anonimato e impunidad.
Lo sucedido en El Paso es un atroz ejemplo de lo que pasa cuando a través del lenguaje se difama y se denigra
a colectivos históricamente discriminados; cuando se incita al odio contra las personas en función de su pertenencia grupal, de su identidad social o de sus características personales.
El lenguaje homófobo, misógino, racista, xenófobo, antiinmigrante, etc., contribuye a crear un clima general de intolerancia que está al origen de delitos atroces. Cuando en las redes sociales se llama a violar y matar mujeres, cuando se culpa a la comunidad LGBT+ de una crisis de valores, cuando se afirma que los inmigrantes roban empleos, o cuando se apela a una gran teoría de la conspiración orquestada por el pueblo judío, se siembra la semilla de un odio que, en los casos más graves, ha llevado a la humanidad al genocidio, pero que en general tiene el potencial de afectar en su vida diaria a sus destinatarios.
La libertad de expresión es cimiento fundamental del Estado democrático, pero no es ilimitada o absoluta. Constitucionalmente, un límite claro se encuentra en el discurso de odio, el cual busca silenciar al otro, en detrimento de una sociedad plural y diversa, y cuya normalización posibilita una sociedad violenta, en la que los derechos humanos se ven amenazados.
Hoy en día las discusiones sobre género, migración, racismo y clasismo en nuestra sociedad han puesto en circulación expresiones violentas, agresivas y discriminatorias, que han escalado hasta la denigración, el hostigamiento y las amenazas. Todo ello, ligado a un marcado aumento en los ataques feminicidas, transfóbicos y de los crímenes de odio en general.
Esto debe poner de manifiesto que la normalización del discurso de odio no es aceptable. Su uso permite racionalizar la violencia y sirve de justificación para el acoso, la persecución y la anulación de la dignidad humana y en tal sentido es un ataque grave a los derechos humanos.
La Suprema Corte, en una resolución que en su momento fue criticada, sostuvo que las expresiones discriminatorias, especialmente las homofóbicas, no se encuentran protegidas por el derecho a la libertad de expresión consagrado en la Constitución. Más recientemente, la Corte determinó que el Congreso de la Unión ha sido omiso en tipificar en la legislación penal federal los actos de difusión de ideas basadas en la superioridad o en el odio racial, la incitación a la discriminación racial, los actos de violencia o la incitación a cometer tales actos contra cualquier raza o grupo de personas de otro color u origen étnico, así como la asistencia a las actividades racistas, incluida su financiación, todo esto para dar cumplimiento a lo ordenado en la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial.
Es fundamental combatir y contrarrestar los discursos de odio. Para ello debe propiciarse el debate abierto entre quienes tienen puntos de vista diferentes, para promover la tolerancia, la inclusión, la diversidad y el respeto. El lenguaje conforma la realidad y debe tomarse en serio, para evitar que las expresiones de odio se incorporen al lenguaje habitual. Lo que está de por medio, son vidas humanas.
Las frases discriminatorias, no protegidas por el derecho a la libertad de expresión