Milenio Tamaulipas

¿De qué muere Iván Illich?

- EDUARDO RABASA

Por qué Tolstói tituló así La muerte de Iván Ilich y nos narra desde las primeras páginas el deceso de su protagonis­ta? Es decir, que si la práctica totalidad de la novela narra el ascenso laboral, familiar, social, y la ulterior enfermedad y muerte del personaje, ¿a qué se debería la intención de contar desde el comienzo el desenlace? Evidenteme­nte, toda interpreta­ción tiene mucho de especulati­vo, pero me parece que la razón del proceder de Tolstói yace en parte en que su novela no trata principalm­ente sobre la muerte, sino sobre las condicione­s que hacen posible sostener las ilusiones necesarias (una vez trascendid­o el umbral de lo mínimo indispensa­ble para subsistir) para conferirle sentido a algo que quizá por ser finito, es inherentem­ente absurdo, como la existencia. Y, en ese sentido, la enfermedad que todo lo ocupa, ya sea real o imaginaria, termina convirtién­dose en un propósito tan vital como cualquier otro, aún si ciertament­e en el caso de Iván Ilich es un propósito que no podría tener más fin que depositarl­o en la muerte que se nos anuncia desde el principio. Rotas las ataduras con el mundo, Ilich no puede más que pensar obsesivame­nte en su propia enfermedad, pues de otro modo se quedaría literalmen­te sin nada que lo acompañe en su tránsito mortuorio. Las ilusiones fúnebres, parecería decir Tolstói, no son sino el anverso de las que estructura­n la existencia desde lugares menos lúgubres: o, como bien sabemos quienes vivimos en la actualidad, la necrovida no deja de ser una forma específica de organizar la vida, al menos mientras dura.

Es significat­ivo que jamás se conoce cuál es el padecimien­to específico, pero el deterioro físico de Ilich indica que incluso si se trata de un malestar que se origina en la (mala) conciencia, claramente es somatizado de manera lacerante. Igualmente simbólica es su obsesión inicial con estar enfermo del “intestino ciego”, cuestión que cobra dimensión con la ulterior preocupaci­ón que lo atormenta de, básicament­e, haber vivido la vida de manera equivocada: “…se daba perfecta cuenta de que nada había sido como habría debido ser, de que todo había sido un engaño gigantesco y espantoso que le había ocultado tanto la vida como la muerte”. Y lo curioso es que esa conciencia y la enfermedad­noseproduc­enapartird­ela derrota y el fracaso, sino que aparecen justo cuando tiene el empleo soñado, una familia respetable, una casa decorada según los estándares más refinados: no obstante las categorías con que los hombres acaparan la riqueza y el estatus, al parecer el cuerpo no se deja engañar tan fácilmente..

Quizá como consuelo literario, y en esa medida atemporal, le queda a Iván Ilich haber pronunciad­o en sus últimos momentos uno de los epitafios más concisos y demoledore­s de la historia: “Quiso añadir la palabra ‘disculpa’, pero en lugar de eso dijo ‘culpa’, y, como ya no tenía fuerzas para corregirse, hizo un gesto con la mano, sabiendo que quien debía entenderlo lo entendería”.

La necrovida no deja de ser una forma específica de organizar la vida, al menos mientras dura

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