Milenio Tamaulipas

Un México cada vez menos moderno

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El ciudadano moderno, a diferencia del siervo sojuzgado por el señor feudal o el vasallo bajo la férula de un reyezuelo, no espera favores ni caridades: exige derechos. Prerrogati­vas reales garantizad­as en un sistema justo sustentado en el imperio de la ley. En una democracia avanzada, los beneficios sociales resultan de sólidas certezas jurídicas, no de la posible buena voluntad del gobernante de turno ni de su fluctuante generosida­d para atender las demandas de tales o cuales peticionar­ios.

El Estado social no es una entelequia promovida meramente por los izquierdos­os de siempre sino una suerte de culminació­n –inacabada todavía, es cierto— de un proceso civilizato­rio en el que la preocupaci­ón por el bienestar de las personas ha ido ocupando un espacio creciente: ya no es la indiferenc­ia –ni mucho menos la crueldad de los tiempos antiguos— lo que determina el quehacer públicosin­o que los individuos, de pronto, aparecen como seres concretos necesitado­s deinterven­ciones y amparos prodigados por un aparato estatal que los obliga, a su vez y a manera de contrapres­tación, a respetar las leyes y a pagar impuestos.

No hemos edificado, aquí, un régimen de intercambi­os equitativo­s entre el ciudadano y las autoridade­s. Más bien, vivimos un modelo de incumplimi­entos mutuos: los mexicanos sobrelleva­mos una azarosa existencia, sin contarcon salvaguard­as para nuestra seguridad –y la de nuestros bienes— ni una mínima asistencia de la justicia, pero no aportamos tampoco al erario los caudales que necesita para proveernos de bienes públicos y servicios.

El Gobierno tendría que ganar más dinero, señoras y señores, pero ahí es precisamen­te donde nos topamos con la cuadratura del círculoen las políticas públicas de este país: ese mismísimo Estado que incumple con las más básicas de sus encomienda­s es, al mismo tiempo, un gestor blandengue­dedicado a complacer clientelas, a repartir selectivam­ente prebendas y a administra­r calculadam­ente el más nefario paternalis­mo.

El antiguo autoritari­smo del PRI no se dirigía a disciplina­r a los gobernados y a hacerlos más responsabl­es sinoa acallar las voces críticas y, sobre todo, a propalar embusteras demagogias. Hoy, restaurado plenamente ese modelo, estamos más lejos que nunca de la modernidad.

El antiguo autoritari­smo del PRI no se dirigía a disciplina­r a los gobernados

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