López Velarde
Soy un lector profano de López Velarde. Lo leí desde muy joven completo y en desorden. Subrayé todos los versos que pude y deploré en principio su gran obra: “La suave patria”. Años después y gracias a José Emilio Pacheco entendí: “Todo lo que se ha dicho del mexicano, a veces considerándolo un individuo aparte de la humanidad, puede ilustrarse con citas de López Velarde”.
Un libro marcó mis curiosidades literarias en los años setenta: Cuadrivio de Octavio Paz, publicado en 1965. En esas páginas, Paz escribió: “El camino de la pasión”, un recorrido sobre el enigma de la poesía de López Velarde. Paz comienza por destacar dos de los estudios fundamentales del poeta: el primero, la crítica que hizo Xavier Villaurrutia que “desenterró a un gran poeta sepultado bajo los escombros de la anécdota y el fácil entusiasmo”. El segundo, Ramón López Velarde, el poeta y el prosista de Allen W. Phillips.
Octavio Paz establece un equivalente con Charles Baudelaire y dice, busco la cita: “ambos poetas católicos, no en el sentido militante o dogmático, sino en el de la angustiosa relación, alternativamente de rebeldía y dependencia, con la fe tradicional; su erotismo está teñido de una crueldad que resuelven contra sí mismos (….) La forma predilecta de López Velarde es el poema de las formas sinuosas que imita la forma zigzagueante del monólogo; confesión, exaltación interrupción brusca, comentario al margen, saltos y caídas de la palabra y el espíritu”. Entonces entendí a López Velarde, o una parte de la poesía que había leído: La sangre devota, de 1916, Zozobra, de 1919 y El son del corazón, de 1932.
Guillermo Sheridan escribió Un corazón adicto. La vida de López Velarde y otros ensayos afines. En este libro, una biografía y una reunión crítica de su obra, Sheridan define al poeta y su mundo. Un México quebrado por la Revolución, nos dice Sheridan, y por “la separación sibilina entre la provincia y la metrópoli, fingida oposición entre costumbre y decadencia”.
Otro gran lector de López Velarde, Gabriel Zaid, menciona que, como en Kafka y en Kierkegaard, el tema del amor imposible, tópico propio de los trovadores, se volvió moderno. A diferencia de las tradicionales historias donde el amor fracasa por alguna prohibición, como la diferencia de clase, en estos tres autores los obstáculos de la pareja no están más que en la propia pareja. Todo esto a cien años de su muerte.
Octavio Paz establece un equivalente con Charles Baudelaire