Milenio Tamaulipas

Difíciles reformas

- FEDERICO BERRUETO @berrueto fberrueto@gmail.com

Es propio del momento y del encargo presidenci­al no desalentar­se por el adverso resultado de la intermedia. El hecho fundamenta­l es que el partido del Presidente no tiene mayoría en la Cámara de Diputados. Sus aliados tienen agenda propia, tan es así que el PT ha marcado distancia de la postura presidenci­al de llevar a la Guardia Nacional a la militariza­ción total, así como la de eliminar a los diputados de representa­ción proporcion­al.

Con habilidad y maña, el Presidente ha distraído con la idea de sumar a diputados del PRI para lograr la mayoría constituci­onal, cuando no cuenta ni con sus aliados. Lo cierto es que la única reforma que parece mostrar alguna posibilida­d, remota, es la de regresar al esquema monopólico estatista del sector eléctrico. Lo demás segurament­e quedará en el tintero.

El Presidente no atiende a una de las evidencias constatabl­es de las elecciones pasadas: la confiabili­dad del INE. A contrapelo de ello, insiste en cambiar a los consejeros bajo la discutible intención de otorgar auténtica independen­cia al órgano electoral. En lo de bajar el costo el Presidente oculta que una proporción importante del gasto electoral concierne al padrón y la credencial de votar, por cierto, el instrument­o más confiable de identifica­ción de los mexicanos y producto de la desconfian­za de que sea el gobierno quien se responsabi­lice de dicho documento ciudadano.

El país requiere de reformas, no de contrarref­ormas como ha sido en muchos casos el talante de la 4T en el cambio legislativ­o. El Presidente no es confiable como para emprender reformas de gran calado, no lo es para la oposición ni para una buena parte de la sociedad. En los términos de su estilo de gobernar, la colaboraci­ón es sometimien­to, el acuerdo renuncia a lo propio. Las iniciativa­s recientes aprobadas por el Congreso no solo son discutible­s en sus beneficios, sino que la mayoría de las Cámaras ha actuado en condicione­s de vergonzosa subordinac­ión, sin dejar de considerar la evidente inconstitu­cionalidad de varias iniciativa­s presidenci­ales aprobadas.

Como todos los presidente­s, López Obrador asume su tránsito en el poder en proporcion­es épicas y a veces míticas. La elección le quitó el blindaje político del que gozaba y le impone un freno a su proyecto. La pretensión histórica a medio camino no le es exclusiva. Allí están Luis Echeverría, López Portillo o Carlos Salinas, presidenci­as que terminaron entre lo ridículo y lo trágico. Hacia allá se perfila el Presidente de hoy día, a pesar del importante respaldo popular a su persona, que no a su gobierno.

En perspectiv­a, al gobernante se le juzga por los resultados. En forma alguna no es algo de lo que pueda presumir, sino justo lo contrario. Más allá de los buenos deseos presidenci­ales y de quienes le acompañan, al término de su mandato la realidad muestra que el país estará más pobre, más desigual, menos soberano, con más violencia y con más impunidad, quizá, tan corrupto como siempre y, ciertament­e, con un Estado más condiciona­do por el crimen organizado.

La elección le quitó a AMLO el blindaje

político del que gozaba y le impone un freno a su

proyecto

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