Milenio Tamaulipas

Breviario del olvido

El libro de Lewis Hyde (Siruela, 2020) es una colección de aforismos, citas, pasajes, incidencia­s, sobre la memoria y el olvido, “una estrella de la literatura de no ficción”, le ha llamado David Foster Wallace

- GIL GAMÉS gil.games@milenio.com Gil s’en va

Gil cerraba la semana en calidad de estopa engrasada. Fatigado, pero no fustigado, Gamés caminó sobre la duela de cedro blanco y encontró la mesa de novedades. En lo alto de la torre sobresalía un libro: Breviario del Olvido de Lewis Hyde (Siruela, 2020), una colección de aforismos, citas, pasajes, incidencia­s, sobre la memoria y el olvido, “una estrella de la literatura de no ficción”, le ha llamado David Foster Wallace. Gilga ofrece un puñado de párrafos de este volumen luminoso.

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Memoria y olvido: a eso llamamos imaginació­n.

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Todo acto de la memoria es un acto del olvido.

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En el desierto. Paul Bowles dice que la quietud según llega uno al Sahara, “el increíble y absoluto silencio”, en especial si dejas “atrás las puertas del fuerte o del pueblo, pasas junto a los camellos recostados en el exterior, subes las dunas y te adentras en ellas o sales a la dura y peligrosa llanura y permaneces allí un rato, de pie, a solas. En seguida, o bien comienzas a tiritar y regresas corriendo intramuros, o bien te quedas ahí y dejas que te suceda algo muy peculiar, algo por lo que ha pasado todo el que vive aquí y que los franceses llaman le bapteme de la solitude. Es una sensación única, y no tiene que ver con la soledad, ya que la soledad supone la memoria. Aquí en este paisaje completame­nte mineral e iluminado por unas estrellas como bengalas, incluso la memoria desaparece; nada queda, salvo tu propia respiració­n y el sonido de los latidos de tu corazón”.

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Para salvaguard­ar un ideal, rodéalo con un foso de olvido.

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Recuerda quién eres. Dice Jorge Luis Borges: debería decir que ansío la muerte, que deseo dejar de despertarm­e cada mañana y encontrarm­e con que bueno, aquí estoy, tengo que retornar a Borges. Hay una palabra en español (…) En lugar de decir “despertar” uno dice “recordarse”, esto es acordarse de uno mismo (…) Tengo esa sensación todas las mañanas porque soy más o menos inexistent­e. Así, cuando me despierto, siempre tengo la sensación de quedar decepciona­do, porque, bueno, aquí estoy. He aquí el mismo juego estúpido de siempre. Tengo que ser alguien. Y tengo que ser ese alguien, exactament­e.

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Bádminton. “Quien se ha perfeccion­ado en el doble arte del recuerdo y el olvido se halla en posición de jugar al bádminton con toda la existencia”, dice Soren Kierkegaar­d.

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Los cambios de identidad requieren de grandes dosis de olvido.

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A plena luz del día. El entrevista­dor tiene en mente a Marcel Proust cuando le pregunta a Louise Bourgeois: “¿Cuál es para usted su magdalena?”. Ella le responde que no es un sabor ni un olor. “Es la luz, sobre todo. El tiempo desemboca en la luz del día, en la del crepúsculo, en la de la noche y la del alba. Le plein jour, ca c’est ma madeleine.

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Cuesta acabar con los traumas que uno escoge.

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Escribir daña la capacidad de olvidar.

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Insomnio: el trastorno del exceso de la memoria.

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La segunda muerte. Dicen que una de las maneras de enterrar un recuerdo traumático es crear un tipo concreto de símbolo: una lápida. Una vez señalada la tumba con la lápida, puedes visitarla, pero no estás obligado de hacerlo. Una vez que se ha enterrado el trauma como es debido, lo puedes evocar, pero no tienes por qué hacerlo. Lo tienes a tu disposició­n, pero no es molesto, o te atormenta. El primer símbolo el que reconocemo­s en la humanidad (…) es el entierro, escribe Jacques Lacan. Fue el hombre quien inventó el sepulcro.

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El nacimiento de un arte de la memoria. El libro de Cicerón sobre la oratoria nos narra el relato que da origen a la tradición del palacio de la memoria. Ese en que un orador memoriza, los elementos de su discurso colocando mentalment­e una imagen de cada uno de sus argumentos en una secuencia de lugares, como si fueran las habitacion­es de un palacio.

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Como todos los viernes de pandemia, Gil toma la copa consigo mismo y deja caer una pequeña cascada de Glenffiddi­ch 15 sobre el vaso corto con dos rocas heladas mientras repite una frase de Hyde: “Soñamos para olvidar”.

“En lugar de decir ‘despertar’ uno dice ‘recordarse’, esto es acordarse de uno mismo”

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