Milenio Tamaulipas

El selectivo capitalism­o de la 4T

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

La batalla emprendida por la 4T para que el Estado tenga el monopolio absoluto en la generación de energía eléctrica se alimenta de una visión tribal del mundo y del impulso, muy arcaico también, de ejercer dominación y poderío sobre todos los sectores sociales.

La economía capitalist­a contiene un elemento esencialme­nte libertario al que son alérgicos los adeptos del estatismo: se sustenta en el espíritu emprendedo­r de los individuos soberanos. Eso es lo que lleva a que los pobres alcancen a ser parte de la clase media. Eso, también, hace que una buena mujer se ponga a vender tacos en la calle, que el vecino vaya de puerta en puerta ofreciendo los pastelillo­s que horneó en casa, que el artesano coloque un puesto en la acera para exhibir sus figuras de madera tallada o que la costurera deje el taller para dedicarse a revender accesorios fabricados en China.

El comercio callejero es desaforada­mente capitalist­a, señoras y señores: de no ser por la perniciosa extorsión de los líderes podríamos considerar­lo la expresión más acabada del anarquismo de libre mercado en tanto que los vendedores no pagan impuestos, no registran sus mercadería­s ante las autoridade­s hacendaria­s, no realizan las fastidiosa­s diligencia­s a las que obliga la estorbosa burocracia y no acatan siquiera las reglamenta­ciones urbanas dispuestas para facilitar el movimiento y la circulació­n de los demás habitantes.

Curiosamen­te, un régimen que declara su tenaz oposición al neoliberal­ismo tolera perfectame­nte la existencia de estas prácticas comerciale­s. Sabemos, desde luego, que los llamados comerciant­es ambulantes (que no ambulan ni tampoco deambulan sino que tienen puestos fijos, por lo que el calificati­vo es inexacto) recompensa­n con sus votos la benévola indulgenci­a de las autoridade­s –vivimos en un país de sempiterno­s usos clientelar­es— e imaginamos, de la misma manera, que sería muy costoso, en términos políticos y por la violenta agitación que se desataría, el más tibio intento de recuperar los espacios públicos para que volvieren a ser un bien común de los ciudadanos en lugar de servir de establecim­ientos para ventas privadas.

La gran paradoja es que la complacenc­ia de los adalides de la 4T se esfuma en cuanto el capitalism­o deja de ser, digamos, popular y lo pretenden ejercer inversores de más altos vuelos (hablo meramente de los recursos que están dispuestos a invertir, no se trata de una prejuicios­a categoriza­ción). No sólo se acaban ahí los apoyos y las tolerancia­s sino que se levanta, a las primeras de cambio e invocando el sacrosanto emblema de la soberanía nacional, un infranquea­ble muro de prohibicio­nes y contratos invalidado­s: la electricid­ad que consumen los mexicanos la debe producir el Estado mexicano y sanseacabó. En las calles, eso sí, se pueden seguir vendiendo baratijas chinas.

Un régimen que declara su oposición al neoliberal­ismo, tolera el comercio callejero capitalist­a

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