Militarización de izquierda y de derecha
El presidente López Obrador, cuando fue candidato de Morena en 2018, prometió pacificar al país; sacar a las tropas de las calles, regresarlas a los cuarteles. Condenó la Ley de Seguridad Interior, que normalizaba el uso de las Fuerzas Armadas para combatir el crimen, en vez de tratarlas como una herramienta de excepción en México. Pero hizo lo contrario al asumir el poder: anunció que incrementaría aún más la presencia del Ejército en una guerra cuyo saldo ese año, tras una década, era trágico. Así surgió el Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024, que anunciaba la creación de la Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad bajo control militar, que terminaría adscrito a la Secretaría de la Defensa. El Ejército –y no la policía, apenas mencionada una sola vez– iba a estar a cargo de las labores de prevención del delito. El documento no decía nada sobre la capacitación y fortalecimiento de las policías. Además, para que el Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 no fuera declarado inconstitucional, pues las tareas de seguridad pública deben estar en manos de las autoridades civiles, no militares, el gobierno reformó la Constitución. El resultado fue acelerar y consolidar la militarización del país, a contracorriente de todo lo prometido, sobre todo por la izquierda.
El proyecto de izquierda de López Obrador recoge mucho de lo que era antes juzgado de derecha en México.ElPresidentelehadadounpoderenormealEjército.Haordenadoreprimiralosmigrantesilegalesque huyen de la pobreza y la violencia de Centroamérica. Leshaquitadolasguarderíasalasmadresquetrabajan y les ha arrebatado el seguro popular a los más pobres. Ha emprendido una ofensiva contra el Estado laico y ha dado su apoyo a las iglesias evangélicas (dispuso que el líder de La Luz del Mundo fuera homenajeado enBellasArtes).EnsurelaciónconEstadosUnidos,la terquedad con la que defendió su alianza con Trump, la mansedumbre con la que aceptaba sus insultos, borró las señas de identidad (anti-imperialista y antiyanqui) que distinguieron siempre a la izquierda en América Latina.
López Obrador es un presidente de izquierda por su discurso, sobre todo, no por su política. En esto es parecido a otros dirigentes de la izquierda no democrática en América Latina. Pienso por ejemplo en Fidel Castro. Durante el Periodo Especial, a principios de los noventa, dio toda clase de concesiones a los empresarios que deseaban invertir en el país, en todos los sectores de la economía: azúcar, tabaco, níquel, turismo, energía, transporte. Algunos eran aristócratas (Jean Poniatowski) y otros, como en los cincuenta, delincuentes (Frank Terpil, Miguel Facusse, Robert Vesco). “Que quede muy claro”, advirtió entonces el comandante. “Vamos a tomar las medidas que sean necesarias, aunque al otro día nadie nos quiera ni saludar”. Las medidas tenían el objetivo central de sanear las finanzas del gobierno de Cuba. Eran similares a las que la izquierda condenaba en sus países: alza de precios, aumento de tarifas, reducción de subsidios, cierre de fábricas y cese de trabajadores. Pero eso jamás hizo que el régimen que las promovía dejara de ser de izquierda. Las palabras pesan mucho, a veces más que las acciones.