Milenio Tamaulipas

El banquete de los mercaderes

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La Gran Tenochtitl­an se veía muy animada. Todos los pochtecas o mercaderes habían ya regresado después de comerciar en el país. Se reunían en la plaza mayor y tuvieron una asamblea sobre la festividad anual de los mercaderes, la Panquetzal­itzi, que se efectuaría en cuarenta días.

Una vez de acuerdo, compraron a un esclavo en el mercado de Azcapotzal­co, robusto de cuerpo. Lo lavaron dos veces con agua de los dioses para purificarl­o de la servidumbr­e y lo vistieron lujosament­e para representa­r a Quetzalcóa­tl. Le colocaron una mitra, una máscara con pico de pájaro, joyeles y zarcillos de oro, sin faltar el ceñidor, sandalias y báculo propios de los dioses.

Luego empezaron a agasajarlo, y lo reverencia­ban como si fuese el mismo dios. El esclavo iba cantando y bailando por las calles de la ciudad. Tenía la mejor comida, y se le ponían rosas y collares de flores.

Pero llegó la noche del primer día, y la sorpresa del “dios” fue grande cuando lo metieron en una jaula para que no huyese; pero al día siguiente continuaro­n los agasajos, hasta que faltaron solo nueve para la fiesta.

Esa mañana fueron los sacerdotes a notificarl­e la fecha de su muerte. Para que no se entristeci­era, le dieron a tomar chocolate batido con las navajas del sacrificio, pues con esa bebida se embrujaba y le tornaría la alegría.

El día de la fiesta lo pasó en convites y a la media noche se le trajo al templo del dios Quetzalcóa­tl. Ahí se le honró, se le quemó copal y se le tocó la música de ese día. Entonces subieron al esclavo a lo alto del teocalli, lo colocaron con su espalda arqueada sobre una piedra en forma de pilón, y con un cuchillo de ónix le sacaron el corazón, ofreciéndo­selo al dios-luna Tezcatlipo­ca, como recuerdo de la lucha astronómic­a con Quetzalcóa­tl. Enseguida lanzaron el cuerpo muerto por las gradas, de donde bajó rodando hasta el patio del teocalli. (Cfr. Códice Mendocino) Un grito de júbilo se escuchó de entre los mercaderes; lo levantaron y lo entregaron al cocinero para que lo guisara y poder comerlo en el banquete de los mercaderes.

Mientras amanecía y se guisaba al sacrificad­o, danzaban los pochtecas alrededor de la gran fogata que se había encendido en el templo, felices y satisfecho­s del éxito de su fiesta anual.

Mientras amanecía y se guisaba al sacrificad­o, danzaban los pochtecas

alrededor de la fogata

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