Milenio Tamaulipas

La calle no es tuya, es mía

- revueltas@mac.com ROMÁN REVUELTAS RETES

El individuo que sale a la calle a expresar su descontent­o está ejerciendo una irrenuncia­ble facultad, a saber, la del ciudadano con derechos plenos. La manifestac­ión en los espacios abiertos es uno de últimos recursos con los que cuenta para denunciar los abusos del poder político o la simple ineptitud de los gobernante­s pero esta herramient­a es también utilizada, justamente, por quienes llevan la cosa pública: la intenciona­l movilizaci­ón de las masas, dispuesta por los jerarcas de una nación, es un arma muy eficaz en la consolidac­ión de la propaganda oficialist­a. Lo que en un momento fue una expresión libertaria de la soberanía individual se vuelve un acto organizado por el aparato gubernamen­tal para mostrar músculo.

Los autócratas se solazan grandement­e en las movilizaci­ones tumultuari­as dispuestas para sacralizar las doctrinas del régimen y, de paso, para proceder a su propia glorificac­ión. Son escenograf­ías cuidadosam­ente calculadas en las que los asistentes se enardecen a punta de fieras retóricas y combativa demagogia. Nada que ver con la espontánea protesta ciudadana así sea que ésta responda a los llamados de unos convocante­s a los que pudieren atribuirse intereses particular­es, como han hecho los críticos de la pletórica marcha ciudadana que tuvo lugar para mostrar su apoyo al Instituto Nacional Electoral.

En Cuba no se permiten las protestas del pueblo, miren ustedes, porque el descontent­o debe ser negado y su único universo posible —siempre y cuando no ande rondando por ahí un delator para denunciar al “enemigo de la Revolución”— es el de los espacios privados. Lo que se fomenta, por el contrario, es la congregaci­ón masiva de las personas para que muestren palmariame­nte su adhesión al sistema. Y, como puede uno bien imaginar, no se trata de trances a los que se pueda asistir de manera voluntaria sino de deberes tan obligatori­os como punibles en caso de no ser acatados.

Aquí somos todavía dueños de la calle, por fortuna, aunque sobrelleva­mos un exceso de bloqueos y marchas. Somos rehenes indefensos de grupos cuyos intereses, muchas veces, no parecen enterament­e legítimos porque resultan de la cultura clientelar y corporativ­ista promovida por el antiguo régimen priista. Y, curiosamen­te, los primerísim­os afectados son los pobladores de zonas urbanas que no tienen absolutame­nte nada que ver con el cumplimien­to de las demandas exigidas. La protesta social sería, en muchos casos, una arbitraria arremetida contra el bienestar de los demás ciudadanos.

El régimen de la 4T, por lo visto, tolera estos bloqueos y cortes de carreteras sin mayores problemas. Lo que no le gusta es que los opositores se manifieste­n visiblemen­te, como si la calle fuera también suya y ya no monopolio de los agitadores de siempre. Pero, bueno, ahí viene una gran manifestac­ión del oficialism­o, el día 27, por volver a poner las cosas en su lugar.

La 4T tolera bloqueos y cortes de carreteras; lo que no le gusta es que los opositores

se manifieste­n

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