LAURA NEREIDA PLASCENCIA PACHECO
Es necesario cambiar el paradigma que representa la mujer en la sociedad para coadyuvar en el acceso pleno a todos los espacios educativos y tomar cartas en los contenidos de la enseñanza.
Presidenta de la Comisión de Igualdad de Género de la Cámara de Diputados
“Existen pocas armas en el mundo que son tan poderosas como una niña con un libro en la mano” Malala Yousafzai
Uno de los derechos humanos más importantes lo constituye el derecho a la educación, porque es a través de éste, que los seres humanos reflexionamos acerca del camino que hemos emprendido, conocemos sus deficiencias y alcances y proponemos alternativas que nos ayudan a mejorar su ejercicio. La historia muestra que el acceso a la educación fue desigualitario entre mujeres y hombres, ya que las primeras no tenían acceso a los espacios educativos, más bien eran relegadas al espacio doméstico, donde se reproducían las pautas sociales que las confinaban allí: la labor de procreación y el cuidado de los hijos. De esta forma, la educación de las mujeres tenía como objetivo el cuidado del otro, el mantenimiento del hogar y el convertirse en buenos prospectos para contraer matrimonio.
Marcela Lagarde señala que lo anterior constituyó para las mujeres, la dimensión óntica de ser para otros y que esto provocó que la identidad de las mujeres se construyera en función de una relación de servidumbre, de sometimiento y de dominio históricamente dados, así la prohibición de ser para sí, se constituye, a partir del surgimiento del patriarcado, en un tabú cultural.
Este elemento señalado en los dos párrafos anteriores, ancló, a través de la historia, una representación social que ha permeado la función de la mujer en la educación, que no permite, que obstaculiza y que, muchas veces imposibilita, el cambio radical que nuestro país necesita, para convertir a la educación democrática, en el eje que guíe el cambio social hacia una sociedad más justa e igualitaria.
Como bien lo refiere Federico Mayor: “En esta evolución hacia los cambios fundamentales de nuestros estilos de vida y nuestros compor- tamientos, la educación ¬en su sentido más amplio¬ tiene una función preponderante. La educación es la fuerza del futuro porque constituye uno de los instrumentos más poderosos para lograr el cambio”.
Para el caso de la educación de las mujeres mexicanas, es necesario cambiar el paradigma de la representación social de la mujer, es decir, es urgente y necesario el cambio, pero dicho cambio debe de coadyuvar en el acceso pleno de las mujeres a todos los espacios de la educación, para que tomen cartas en los contenidos de la enseñanza, en sus estrategias de aprendizaje, en la función social de la enseñanza, etcétera., es decir, es necesario incorporar a la perspectiva de género en todos y cada uno de los ámbitos de la educación.
En la actualidad, es cierto, las mujeres contamos con un mejor ejercicio de este derecho, lo que vemos con satisfacción, pero tal disfrute no es a plenitud, ya que continuamos siendo discriminadas para participar en ciertas áreas de conocimiento, para lograr insertarnos en la entramada de mando de las universidades, y para acceder a plazas académicas definitivas, espacios donde predomina una mayoría masculina, por ello es necesario implementar acciones afirmativas que nos permitan eliminar la desigualdad y discriminación histórica de las mujeres en este ámbito.
Precisamos influir decididamente en la educación, porque sin educación no existe pensamiento… sin educación no existe libertad, sin educación no existe igualdad.
Es necesario implementar acciones afirmativas que nos permitan eliminar la desigualdad y discriminación histórica de las mujeres
[1] Federico Mayor Zaragoza, director de la UNESCO entre 1987 y 1999, realiza este comentario en el Prefacio a la obra de Morin, Edgar, Los
siete saberes necesarios para la educación del futuro, México, UNESCO, 2001. P. 11.