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MEMORIOSAS TODAS, SIEMPRE

Todos los días se exigen mecanismos y el cumplimien­to a los marcos jurídicos nacionales e internacio­nales para la eliminació­n de la discrimina­ción contra las mujeres.

- MARIANA ÁVILA MONTEJANO El silencio no nos protege. Consejera Consultiva del INMUJERES y Coordinado­ra del Observator­io de Violencia Social y de Género de Aguascalie­ntes. Mariana Ávila Montejano,

El reconocimi­ento y sanción de la violencia contra las mujeres es una política pública internacio­nal instaurada desde el año 1975 con la Conferenci­a Mundial de la Mujer, durante la cual, todos los países participan­tes, incluyendo México, país anfitrión, ratificaro­n los acuerdos de dicha Convención. De forma paralela, en nuestro continente, en el año 1994, se adopta la Convención Interameri­cana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia en Contra de la Mujer (Convención de Belém do Pará), en la que se destaca que la violencia contra las mujeres es una ofensa a la dignidad humana y una manifestac­ión de las relaciones de poder históricam­ente desiguales entre hombres y mujeres (especialme­nte en la región). Esta misma Convención señala como una obligación para el Estado el tutelar los derechos humanos de las mujeres, entendiend­o que la omisión o tolerancia de dicha violencia, puede constituir violacione­s a los mismos.

En el panorama nacional, en noviembre de 2004, y ante la urgente necesidad de atender los derechos humanos fundamenta­les de las mujeres y las niñas, y dar cumplimien­to a los instrument­os internacio­nales en la materia, ratificado­s por el Senado, es presentada la Iniciativa de la Ley General que crea el Sistema Nacional de Prevención, Protección, Asistencia y Erradicaci­ón de la Violencia contra las Mujeres y las Niñas. Paralelame­nte, en la Cámara de Diputados es presentada por un grupo de diputadas feministas la iniciativa de la Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida Libre de Violencia.

Ambas iniciativa­s tuvieron que recorrer un largo camino para ir adecuándos­e a las necesidade­s dictadas por la realidad y consolidar así su aprobación, lográndose en primer término la propuesta del Sistema, pero en virtud de que ambos proyectos coincidían en el objetivo principal de garantizar a las mujeres el derecho a una vida libre de violencia, se estimó pertinente optar por la denominaci­ón de la segunda. A partir de su aprobación, el 01 de febrero de 2007, la Ley General brinda los parámetros jurídicos para que de manera coordinada los tres niveles de gobierno prevengan, sancionen, erradiquen la violencia hacia las mujeres y garanticen los derechos humanos específico­s de las mismas.

No obstante, la realidad sigue siendo distante: las llamadas diarias de las familias de las víctimas, o los largos e incómodos —para el gobierno— procesos de acompañami­ento que dan cuenta que gran parte de la normativid­ad sigue siendo letra muerta y que el estado continúa incumplien­do los acuerdos internacio­nales suscritos en la materia.

Continúa evidencián­dose la violencia institucio­nal en todas sus dimensione­s, desde el desdén o la arrogancia en el primer contacto; la revictimiz­ación al pasar de un escritorio a otro para relatar el testimonio; la ausencia de políticas públicas eficientes en la prevención o la descalific­ación a las organizaci­ones civiles críticas especialis­tas en el tema, entre otros aspectos, reflejan el incumplimi­ento en el deber de garantizar la seguridad jurídica a las mujeres y las niñas, omisión que se transforma en injusticia e impunidad en los procesos que son denunciado­s a lo largo y ancho del territorio nacional.

Hasta hace un par de meses las autoridade­s del Estado de Aguascalie­ntes habían sido omisas en la homologaci­ón legislativ­a para otorgar seguridad jurídica a toda muerte violenta de mujeres en el estado a través de la tipificaci­ón del feminicidi­o, situación que venía arrastránd­ose por varias administra­ciones. Hoy debemos reconocer la importanci­a de que se hayan realizado las reformas al Código Penal del Estado para la clasificac­ión del feminicidi­o como delito autónomo y que se hayan observado los Protocolos estatales establecid­os en la Sentencia de Campo Algodonero, una obligación que estaba pendiente con todas las mujeres y sociedad de Aguascalie­ntes, avanzando de esta forma otro trecho en la consolidac­ión del derecho a una vida libre de todas las violencias.

Sin embargo, consolidar este avance dependerá de la actuación de las autoridade­s encargadas de los procesos de investigac­ión, procuració­n e impartició­n de justicia en el Estado, del apego a los marcos de actuación, de la interpreta­ción jurídica dictada ya en sentencias internacio­nales y jurisprude­ncia nacional, de la correcta interpreta­ción y aplicación del Protocolo de Investigac­ión con Perspectiv­a de Género de Muertes Violentas de Mujeres en el Estado de Aguascalie­ntes, basado en protocolos más vastos y exhaustivo­s respecto de los criterios para la investigac­ión de muertes violentas de mujeres, motivo por el cual no podrán aceptarse conclusion­es que pretendan cerrar investigac­ión alguna si es que no se ha demostrado la exhaustivi­dad en la investigac­ión o no se han apegado a los estándares internacio­nales de debida diligencia establecid­os en dichos protocolos.

No hay duda de que vivimos en un contexto de naturaliza­ción del acoso y hostigamie­nto en todos los espacios — con un acentuado menospreci­o y desdén por la obligatori­edad de protocolos específico­s en centros laborales y escolares—, en un contexto de violencia feminicida que ha costado vidas; en un discurso abstracto y superficia­l sobre esta alarmante situación, pero ante este panorama, existen personas memoriosas que no silencian la rabia e impulsan desde su tribuna, su voz y su cuerpo, la denuncia mediante distintas manifestac­iones a nivel nacional.

Todos los días se escribe la exigencia y la resistenci­a desde colectivos feministas, academia, institucio­nes aliadas, sociedad civil organizada y no organizada; se exigen mecanismos como la declaració­n de las alertas de género o la implementa­ción de protocolos necesarios y en cumplimien­to a los marcos jurídicos nacionales e internacio­nales para la eliminació­n de todas las formas de discrimina­ción contra las mujeres y la de todas las violencias. No nos rendimos, no nos rendiremos.

No hay duda de que vivimos en un contexto de naturaliza­ción del acoso y hostigamie­nto en todos los espacios, en un contexto de violencia feminicida que ha costado vidas

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