11. DIVA GASTÉLUM BAJO
Presidenta de la Comisión para la Igualdad de Género del Senado de la República
Hoy día, las mujeres jóvenes enfrentan una complicada lista de desafíos para su desarrollo profesional, emocional y social; entre ellas, la desigualdad, la discriminación y la violencia de género como sello distintivo a su edad.
La violencia contra las mujeres y las niñas es uno de los principales obstáculos para el desarrollo de las sociedades, pues genera inestabilidad, impide el progreso hacia la justicia y la paz, y atenta contra la gobernabilidad democrática de nuestro país.
Durante las últimas décadas, hemos visto cómo la violencia contra las mujeres y las niñas ha sido una constante, sus diversas manifestaciones no solo han lacerado la vida de las mujeres, sino también de toda una sociedad que asume como un hecho “normal, justificado o tolerado” la violencia que ejercen los hombres en contra de éstas; a pesar de los avances que hemos tenido en materia de género.
Las estadísticas reflejan cómo la violencia contra las mujeres se inserta en la estructura social y sus manifestaciones; convirtiéndola en conductas cotidianas que incluso se encuentran socialmente “naturalizadas”.
De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH, 2016), 66% de los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que residen en nuestro país, han padecido al menos un incidente de violencia; siendo la pareja (novio o esposo), el principal agresor de ella. Resulta preocupante ver cómo 56% de las 28,175 mujeres asesinadas en 2015 eran mujeres jóvenes y de edad mediana entre 15 y 39 años; muchas de ellas asesinadas por sus propias parejas sentimentales.
A pesar de que el Estado mexicano, como respuesta a las necesidades de atención a las mujeres y considerando las recomendaciones nacionales e internacionales en la materia, ha impulsado una serie de acciones de diversa índole para hacer frente a tan grave flagelo; no hemos logrado frenarla; por el contrario, vemos un importante incremento de asesinatos de mujeres, principalmente jóvenes y niñas.
Hoy más que nunca debemos preguntarnos ¿qué estamos haciendo mal?, ¿por qué las políticas públicas y los programas de atención y prevención no están permeando en la sociedad, principalmente entre las y los jóvenes?
Frecuentemente notamos que desde el noviazgo los hombres intentan controlar la relación, lo que nos hace identificar ciertas pautas para advertir que la violencia no surge de un día para otro, sino que se va construyendo y reforzando con la interacción cotidiana.
En ocasiones, la violencia en el noviazgo se confunde con el amor, lo cual hace que muchas parejas desconozcan sus principales circunstancias y desaten una serie de eventos con consecuencias lamentables; ejemplo de ello, su impacto negativo en las relaciones familiares, de amistad y en el rendimiento académico o peor aún el asesinato principalmente de las mujeres.
Es fundamental comprender que la violencia en el noviazgo se vive de manera distinta, dependiendo del contexto, de la manera en que lo viven las y los adolescentes y las consecuencias que traiga. Ahora, a mayores condiciones de desventaja y vulnerabilidad como la pobreza, la educación, el acceso a la información, la pertenencia a comunidades conservadoras, entre otros factores, la violencia en el noviazgo tenderá a ser mayormente naturalizada.
Otro factor importante son las relaciones familiares, quienes influyen en todo momento en la construcción de relaciones de pareja; donde predominan patrones de conducta y estereotipos de género que colocan a la mujer en un nivel de subordinación. De ahí que podemos identificar el por qué los adolescentes permanecen en relaciones violentas sin que logren reconocerlo, debido a que obedecen a patrones de privilegio de lo masculino, y en muchos casos a la ausencia de redes de apoyo familiares o de amistad que les permitan detectar señales de actitudes violentas, contener la situación, atender su salud psicológica, conformar redes de apoyo y salir del círculo de la violencia.
Ahora bien, la solución no implica una criminalización del problema sino más bien incluir a las y los adolescentes en el diseño de políticas de prevención, detección y atención que les permita deconstruir relaciones hegemónicas de poder y sustentarlas en conceptos de igualdad, dignidad, respeto y reconocimiento.
Para ello, es fundamental conocer la problemática desde la perspectiva de la juventud para que el diseño y la implementación de políticas públicas permitan atender, sancionar y prevenir de manera adecuada la violencia en el noviazgo.
En este sentido, trabajar las masculinidades con los jóvenes, implica cuestionar y visibilizar los estereotipos y prácticas rígidas de ser hombres, mismos que producen y reproducen las violencias en contra de las mujeres. Es urgente revisar dónde están nuestros jóvenes y dejar que el tema sea discursivo para entrar realmente en una política pública seria y responsable.
Hoy más que nunca debemos trabajar de la mano con las organizaciones de la sociedad civil, la academia y las empresas para lograr la igualdad plena entre mujeres y hombres y una vida libre de violencia; modificando el papel “tradicional” de ambos tanto en la sociedad como al interior de las familias y generando nuevas formas de masculinidad.
Desde el noviazgo los hombres intentan controlar la relación, lo que nos hace identificar ciertas pautas para advertir que la violencia no surge de un día para otro, sino que se va construyendo y reforzando con la interacción cotidiana