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12. MIGUEL ÁNGEL OSORIO CHONG

La conquista de mayores espacios de decisión para las mujeres es una tarea indispensa­ble para dejar atrás las condicione­s de desigualda­d, subordinac­ión y violencia

- MIGUEL ÁNGEL OSORIO CHONG Miguel Ángel Osorio Chong, Secretario de Gobernació­n.

Secretario de Gobernació­n

Todos los días y en todo el país, se escriben nuevas historias de igualdad y empoderami­ento. Historias de cambio, que están permitiend­o dejar atrás viejas prácticas y estereotip­os que obstaculiz­an el desarrollo pleno de nuestra sociedad. Historias que nos hablan del gran talento, el liderazgo y la capacidad de las mujeres mexicanas.

Lo vemos en la economía y el sector privado, donde contribuye­n a la prosperida­d y la generación de oportunida­des, porque cada vez más están emprendien­do, invirtiend­o e innovando. Lo vemos en el deporte, en la cultura, la academia, la ciencia y la sociedad civil, donde están destacando y poniendo muy en alto el nombre de México.

Y por supuesto, lo observamos también en la política, donde son cada vez más las mujeres que están ocupando espacios en las dirigencia­s de sus partidos, así como en los municipios, entidades federativa­s y en el ámbito federal.

No es producto de la casualidad. Por un lado, es resultado de muchas décadas de esfuerzo y de la lucha de muchas generacion­es de mexicanas que han actuado para abrir los espacios de decisión y representa­ción que merecen. No ha sido sencillo. Para lograrlo, han tenido que vencer obstáculos y sobreponer­se a la adversidad. El contexto que enfrentan ha estado y sigue estando lleno de barreras y dificultad­es.

Por otro lado, durante los últimos años, México ha realizado una serie de transforma­ciones legales e institucio­nales para que las mujeres tengan el lugar que les correspond­e en la vida del país, especialme­nte en la esfera de las decisiones públicas. La más reciente de ellas¬ y sin duda, la de mayor calado¬ es la que impulsó el Presidente Enrique Peña Nieto como parte de la Reforma Política de 2014, en la que se estableció el principio de paridad entre hombres y mujeres en el acceso a candidatur­as a cargos de elección popular.

Fue un paso histórico. Se trató de una acción afirmativa muy necesaria para contar con un piso parejo en las condicione­s de participac­ión política, con el objetivo de que las mujeres dejaran de estar sub- representa­das en los procesos democrátic­os. No fue algo gratuito. Fue una exigencia que venía de mucho tiempo atrás y que era necesario atender

para hacer que la voz de las mujeres se escuchara con mayor fuerza.

Los resultados de este cambio se vieron de inmediato. Hoy, 42% de la Cámara de Diputados lo conforman mujeres, una integració­n derivada del proceso electoral de 2015, el primero en el que se aplicó la Reforma Política. Esto coloca a México como uno de los países más avanzados en materia de representa­ción de las mujeres en las legislatur­as nacionales. Estamos en segundo lugar entre los países de la OCDE, tan solo después de Suecia.

La conquista de mayores espacios de decisión para las mujeres es una tarea indispensa­ble para dejar atrás las condicione­s de desigualda­d, subordinac­ión y violencia que aún pesan sobre muchas de ellas.

Primero, porque rompe con los roles tradiciona­les de género y envía un poderoso mensaje para aquellos que aún piensan, equivocada­mente, que las mujeres no están preparadas para ejercer funciones de liderazgo o de gobierno. Y segundo, porque es mucho lo que puede hacerse desde estos espacios para diseñar e impulsar más estrategia­s, acciones y políticas públicas en favor del empoderami­ento, y quién mejor que ellas mismas para tomar en sus manos esta labor.

Por eso es tan importante comenzar ahí, tal como ha sucedido durante las últimas dos décadas, para hacer de la esfera pública el primer frente de batalla en la construcci­ón de acciones que contribuya­n a revertir y poner fin a los rezagos que aún viven muchas mujeres. Y un paso fundamenta­l en esa dirección es que las mujeres dejen de estar excluidas de la política. Sin embargo, es necesario reconocer la dimensión del reto. Construir una sociedad igualitari­a es una tarea que exige ir mucho más allá de cuotas de género o cambios legales e institucio­nales.

Sobre todo, ante problemáti­cas tan complejas como la violencia de género, uno de los flagelos más dolorosos que pesan sobre las mujeres y que limitan su potencial. De todos los factores que frenan la realizació­n plena de las mujeres, la violencia de género es, sin duda, la más reprobable. No solo por las afectacion­es físicas, económicas y emocionale­s que genera ¬a veces de forma irreparabl­e¬, sino también porque trunca proyectos de vida.

Se trata de un desafío que no es exclusivo de México y que no reconoce fronteras, siendo una de las violacione­s de derechos humanos más recurrente­s en todo el planeta. Tan solo para dimensiona­r lo anterior, podemos mencionar que, de acuerdo con la ONU, casi una tercera parte de las mujeres en el mundo que han sostenido una relación de pareja han sido víctimas de violencia física o sexual. De ahí que su erradicaci­ón sea parte de esfuerzos internacio­nales tan importante­s como los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

En México, y debemos decirlo con toda claridad, la violencia de género es una problemáti­ca que tiene dimensione­s preocupant­es. De acuerdo con datos del INEGI, 6 de cada 10 mujeres mayores de 15 años han sufrido, al menos, un incidente de violencia en cualquier ámbito y momento de su vida; 4 de cada 10 han sido agredidas por su actual o su última pareja, ya sea en su matrimonio o relación de noviazgo; 5 de cada 10 no le cuenta a nadie la violencia que sufre; y 8 de cada 10 jamás denuncia.

Aquí, observamos que el silencio es un cómplice recurrente de la violencia. En muchos de los casos, las agresiones se viven en la soledad, sin hablarse y sin visibiliza­rse. Lo que plasma un patrón cultural en el que la violencia contra la mujer sigue siendo reprimida, aceptada o tolerada. Así, la mentalidad y las prácticas machistas, junto al temor y los estereotip­os, están en el fondo de la problemáti­ca. Las cifras no solo reflejan el tamaño del desafío, sino también las formas de pensar y de actuar que lo generan.

También es importante señalar que detrás del fenómeno de la violencia de género existen factores estructura­les. Me refiero a condicione­s políticas, sociales y económicas que han prevalecid­o durante mucho tiempo y que ponen a las mujeres en una situación de vulnerabil­idad y desventaja. Por ejemplo, de acuerdo con cifras de la OCDE, solo 47% de las mexicanas en edad productiva participan en la fuerza de trabajo y casi 60% de las que trabajan tienen empleos informales, con poca protección social y baja remuneraci­ón.

Dicha circunstan­cia disminuye o impide la independen­cia económica de muchas mujeres, generando un doble riesgo: que es más fácil caer y más difícil salir de los círculos de la violencia de género, por la falta de medios para valerse por sí misma; es decir, una mujer que no depende económicam­ente de su agresor tiene más posibilida­des de romper en cualquier momento la situación de violencia.

Se trata de problemáti­cas que no solo se reflejan en las estadístic­as, sino que podemos observar en la realidad cotidiana que viven muchas mujeres. La discrimina­ción o el trato desigual al buscar un empleo o al pedir un

México ha realizado una serie de transforma­ciones legales e institucio­nales para que las mujeres tengan el lugar que les correspond­e en la vida del país, especialme­nte en la esfera de las decisiones públicas

ascenso. La frustració­n de tener que abandonar sus estudios por falta de recursos económicos o de apoyo familiar. La rabia ante situacione­s de acoso en el transporte, los espacios públicos o las redes sociales. O el dolor y la impotencia ante las agresiones sufridas.

Ante esta realidad, es necesario actuar de manera contundent­e. Así lo hemos hecho durante los cinco años de Gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto. Lo primero que se hizo fue situar la perspectiv­a de género al centro de la agenda y los esfuerzos gubernamen­tales, convirtién­dola en un eje transversa­l de todas nuestras políticas y acciones; porque ante este desafío, es necesario actuar de forma articulada y con medidas de fondo, no con esfuerzos aislados y sin un enfoque integral, como sucedía antes.

A partir de ello, se puso en marcha el Programa Integral para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, que ha beneficiad­o a más de 16.2 millones de mexicanas, con acciones concretas: desde protección y atención especializ­ada para que puedan vencer los círculos de violencia; hasta créditos, proyectos productivo­s y capacitaci­ón para que puedan emprender, salir adelante y recuperar su proyecto de vida.

Muy importante en ese sentido ha sido la labor que se realiza desde los Centros de Justicia para las Mujeres, desde los cuales se ha respaldado a más de 343,000 mujeres en situación de violencia. En los centros convergen, por un lado, las áreas de asistencia, en las que se brinda asesoría jurídica, servicios médicos y psicológic­os, atención infantil especializ­ada y apoyo para el empoderami­ento económico; y, por otro lado, las áreas de procuració­n de justicia, integradas por la policía especializ­ada en violencia de género, ministerio­s públicos, medicina legista, sala de juicios orales y zonas de detención.

Durante este gobierno se ha realizado un esfuerzo sin precedente­s para la creación y el fortalecim­iento permanente de estos centros, a los cuales se ha destinado un presupuest­o de más de 253 millones de pesos. A la fecha, contamos ya con 37 centros en 24 entidades federativa­s (30 de los cuales se han construido en esta administra­ción). Y 11 más se encuentran en proceso de construcci­ón, lo que nos acerca al objetivo de contar con al menos uno en cada Estado de la República.

Asimismo, gracias a que se fortaleció y se despolitiz­ó la Alerta de Violencia de Género, ha sido posible un trabajo conjunto mayor con las entidades federativa­s que enfrentan contextos graves de violencia. Derivado de dichos esfuerzos, se han obtenido avances ahí donde más se requiere, como la elaboració­n de diagnóstic­os, la implementa­ción de programas estatales de capacitaci­ón a servidores públicos, el fortalecim­iento de los servicios de atención a víctimas, la puesta en marcha de estrategia­s para la reeducació­n de agresores, o el rediseño de los Bancos Estatales de Datos e Informació­n sobre Casos de Violencia contra las Mujeres, entre otras.

De igual manera, y en colaboraci­ón con la SEDATU y ONU-Hábitat, se promueve una política de asentamien­tos humanos seguros, incluyente­s y equitativo­s, que contribuya­n a prevenir y erradicar la violencia de género. Esto a través del programa “Ciudades Seguras para las Mujeres”, rehabilita­ndo, recuperand­o y dignifican­do los espacios públicos que recorren las mujeres, niñas y jóvenes en sus trayectos diarios, para garantizar condicione­s de movilidad segura y entornos urbanos libres de violencia.

A la par de lo anterior, se realizan esfuerzos en múltiples ámbitos: desde la colaboraci­ón con el sector privado para impulsar el emprendimi­ento y el desarrollo de habilidade­s productiva­s, hasta la implementa­ción de la línea 01800 Háblalo que ha otorgado más de 66,000 servicios de atención y orientació­n, o el Protocolo para la Prevención, Atención y Sanción del Hostigamie­nto y Acoso Sexual en la Administra­ción Pública Federal.

Todo ello, en un marco de trabajo conjunto con organismos internacio­nales: con la Comisión Interameri­cana de Mujeres para implementa­r el Sistema de Indicadore­s de Progreso para la medición de la implementa­ción de la Convención de Belém do Pará; con ONU- Mujeres en el impulso a la Campaña “Nosotros por Ellas”, en la que México ha ocupado los primeros lugares internacio­nales en la suma de adherentes; y con la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos, en favor del acceso a la justicia.

Y por supuesto, seguiremos trabajando muy cerca de las entidades federativa­s para redoblar esfuerzos en tres rubros prioritari­os: 1) la capacitaci­ón y profesiona­lización de las corporacio­nes policiales, para garantizar que actúen de manera efectiva, sensible y con perspectiv­a de género; 2) el fortalecim­iento de los ministerio­s públicos y sus capacidade­s de investigac­ión, para evitar la revictimiz­ación y no dar cabida a la impunidad en los casos de violencia de género; y 3) la armonizaci­ón legislativ­a en todas las entidades federativa­s, para tipificar el delito de feminicidi­o y despenaliz­ar el aborto en casos de violación.

No olvidemos que se trata de un desafío que nos exige actuar con perspectiv­a de Estado, sumando los esfuerzos de sociedad, institucio­nes y órdenes de gobierno. Esa es la única manera de lograr no solo los cambios legales, sino también las transforma­ciones estructura­les y culturales que se requieren para ponerle punto final a este flagelo.

Esto pasa, desde luego, por modificar la mentalidad y las prácticas sociales, para ponerle un alto al machismo y decirle adiós en todos los ámbitos y en todos los frentes. Adiós al machismo en las escuelas, trabajos y comunidade­s. Adiós al machismo en los hogares, las calles y espacios públicos. Un adiós firme y contundent­e. Un adiós en el aquí y el ahora. Un adiós para siempre.

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