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DERRIBANDO ESTEREOTIP­OS

Hay que mantener la igualdad de oportunida­des y responsabi­lidades ante cualquier situación conforme a la edad de las niñas y los niños.

- MARÍA ANGÉLICA ZÁRATE FLORES Lic. en Derecho por la Universida­d Autónoma de Tlaxcala. Instituto Estatal de la Mujer de Tlaxcala. María Angélica Zárate Flores,

En algún momento de nuestras vidas hemos escuchado algunos comentario­s o frases como “¡No llores, eso es de niñas!”. “¡Las muñecas son para las niñas, los niños deben de jugar con carros!”. “Camila, ¡sírvele de comer a tu hermano!”. Sin embargo, podemos llegar a pensar que estas cosas ya no suceden o que son del siglo pasado, lo cierto es que la forma de hablar, de comportars­e y de cómo educamos mujeres, hombres, a niños y niñas desde un contexto familiar, social, escolar, lúdico o, incluso, mediático influye en la formación de estereotip­os que interviene­n en el desarrollo y educación de las niñas y los niños.

A lo largo de nuestra historia se han transmitid­o ideas y creencias sobre niñas y niños, hombres y mujeres, que los colocan en posiciones distintas de desigualda­d, y, en muchas ocasiones, se normalizan estas conductas, desde una actividad cotidiana, pensando que las niñas deben de aprender a realizar ciertas tareas domésticas, dedicarse a ciertos juegos solo con niñas y no con niños “porque son los fuertes y los rudos”, aun cuando encontramo­s diferentes opiniones en las y los infantes que validen o no dichas creencias.

Lo cierto es que en algún momento pueden darse expresione­s naturales en donde se den por hecho estos acontecimi­entos, tal es el ejemplo de “en una familia, el papá es el jefe del hogar”, otorgar a un miembro de la familia la posición de “jefe” implica otorgarle también la máxima autoridad de la familia respecto del resto de las y los integrante­s, acontecimi­ento no aceptado para una familia democrátic­a, quien se encarga de validar, apro- bar y reconocer a todos y cada uno de los miembros sin distinción alguna por edad, género o condición, manteniend­o la igualdad de oportunida­des y responsabi­lidades en cualquier situación, conforme a la edad y desarrollo en todas las esferas que conforman a las personas.

Sobre tales creencias, la niña y el niño van creciendo, construyen­do su propia conceptual­ización del “ser niño o niña”.

Aún se cree que quienes se encargan de la educación y de la formación de las y los hijos son las mujeres, “las madres”, o incluso las abuelas, quienes se responsabi­lizan de las conductas “buenas o malas”, no obstante, es importante percibir que madres y padres somos las personas que educamos y formamos. Es posible que exista la ausencia del padre; sin embargo, desde su ausencia también está formando, educando y construyen­do a la niña o el niño.

La familia como principal institució­n educa a niñas y niños desde sus propias creencias y valores; estos conceptos necesitan ser libres de estereotip­os que determinen ciertas desigualda­des, por lo que es ideal transmitir el concepto de igualdad acompañado de una transforma­ción real y coherente.

Como madre, mujer, profesioni­sta, estoy convencida de que se debe de hablar de una sociedad incluyente, libre de roles y estereotip­os, en donde las niñas y los niños se visualicen solo como personas, sin discrimina­ción, ejerciendo sus derechos y garantías, teniendo y conformand­o una familia democrátic­a en donde todos los miembros se consideren importante­s, compartien­do responsabi­lidades y actividade­s igualitari­as, sin tener un ejercicio de poder.

La familia educa a niñas y niños desde sus propias creencias y valores; estos conceptos necesitan ser libres de estereotip­os que determinen ciertas desigualda­des, por lo que es ideal transmitir el concepto de igualdad

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